jueves, diciembre 30, 2010

A propósito del silencio

Y así estuvimos toda la noche. Hablando de algunos sueños, de la infancia, de la nostalgia que contrae la garganta, de política, de viajes. Nos besamos y nos acariciamos, fumamos y también bebimos cerveza tibia y sin gas. Sentimos el viento que entraba por la ventana y Febrero por fin se tiño de amor.


Lejos nos parecía el horror de la vida, de Santiago, de la rutina. Ese día fuimos los dos en un espacio reservado para cerrar los ojos y hablar de libros, entrelazar nuestros dedos, sentir su cabeza en mi hombro, volver a fumar en la oscuridad. Escuchar la noche antes de que mencionaras un te amo que terminó con un beso y un yo también, Pabla.

Para cerrar los ojos.

Mis heridas ya no arden,
Tampoco duelen mis huesos rotos,
Toda la violencia que vivimos,
Mis dos amigos muertos,
Ya no provocan lágrimas.

Todo el tiempo que partí,
Que me deterioré,
Las risas y penas,
El frío invierno,
El calor de la fogata en la línea,
La suciedad de nuestra ropa,
Los viajes improvisados en tren,
Mi antiguo desprecio a la vida,
Mi antiguo desprecio a la muerte,
Ya no producen dolor.

Todas las peleas,
Todos los gritos,
Los palos, el arte, el desamor.
Toda la sangre que broto
En la búsqueda de lo que éramos,
No se presentan en mi larga lista de errores.

Mi fracasado porvenir
Hoy ya no sangra pasado.

Agradezco cada miserable momento
En que busqué mi horizonte,
Ya que si no hubiese vivido eso
Hoy no tendría a Pabla entre mis brazos.

A favor del viento

Amargo color áspero que engrilla mi canto,

Mi deambular ligero por las venas de mi tierra,

Caminé entre la palabra y el bosquejo,

Reventé la paciencia del filosofó

Y me envolví de libertad.


Recorrí el llanto amargo mientras fumaba,

Observé el amor directo a los ojos

Entre las gotas de lluvia que caían por mi cara,

Negué la probabilidad del hecho

Y cargué de prácticas el camino largo de la historia,

La cual siempre desconoció las manos heridas.


Navegué por la tragedia

Con mi pequeño espacio dentro del universo,

Disparé estrellas al caer la tarde

Y descubrimos el silencio alegre de la rebeldía,

Aquel brindis a la salud de la esperanza

En aquella noche donde el socialismo encontró la ternura.


Me mantuve a favor del viento

En esta larga marcha de primaveras

Y conquisté la palabra americana.


Ese fue el grito del Che en la montaña,

La ráfaga de humanidad que inundo al continente pobre.

Empatía de Barrio.

De Pabla Javiera.


La muralla de atrás de tu edificio de cayó entera, me dijiste que como todos se habían ido a vivir a otro lado y sólo quedábamos nosotros y los del B, podíamos ir a conversar unas cervezas y unos cigarros al tercer piso, que con lo del terremoto “quedó con una vista tan bonita”.


Nos sentamos en el suelo, pies colgando, el atardecer, los escombros.

“¡Mira!, el loco del edificio de al frente nos está sacando fotos”, el hombre debía pensar que éramos los sobrevivientes de ese departamento, de repente saca una bandera y grita ¡VIVA CHILE! Nosotros le hicimos “SALUD”.

Isla Negra

A mi viejo.

Me parece que lo conocí en otoño,
Cuando volvía de vestirse de humanidad
Para jugar conmigo a que éramos libres,
En la patria de la infancia esculpida a mano,
En la fantasía inconclusa de mi vida.

Crecí respondiendo a la memoria,
Al fuego crudo que me vio nacer,
Con un “duerme negrito” para dormir,
Con una caricia en el pelo para despertar,
Con acuarela rebalsada en un vaso para besar a mi vieja
Antes de que fuera a trabajar de madrugada,
Antes de que el invierno la pillara.

Crecí un día en donde el grito de democracia nadie atinó a oír,
En donde el asma corrompía mis pulmones,
Al compás de dos hermanos que me colmaban de juegos,
De amor, de paciencia, de verdades,
Con una abuela sabia por tantos años de explotación,
En aquella silueta de abnegación que pedía la sonrisa de un ángel
Que se vistió de seda para no mirar hacia abajo,
La pequeña figura en donde el perdón no cabía.
Nunca le vi una lágrima.

Con mi viejo aprendí del mar,
Del bosque, de viajes…de la montaña,
Aprendí de orfebrería, de dibujos,
De libros, canciones, arte, filosofía.
Aprendí de mí, de él, de todo.
Azul perpetuo que navegó sobre su silueta nocturna,
Entre el barro y la niebla,
Entre su amor y su pasión,
Divina conciencia que nos guió hacia el ocaso del verano.

Recuerdo el silencio de la oscuridad en cada paso camino a casa,
Cuando me llevabas a caminar para reconocer sonidos, estrellas.
Cuando me preguntaste qué pensaba y me oíste con seriedad,
Fortaleza de justicia que nunca claudico en ti,
Cuando te vi llorar por amor,
Cuando me abrazaste con un adiós comprimido,
Cuando me hablaste del Che Guevara en la Isla Negra
De aquel guerrillero que peleaba por los niños,
Cuando conversamos de la soledad y la muerte.
Él fumaba, yo miraba los árboles.

Así lo conocí,
Con barba y pelo largo,
Con una deuda de empatía en su vida,
Como si el aire respetará cada paso,
Como si la poesía no pudiese reflejar un todo,
Como si la historia no supiese de primaveras.
Lo conocí –creo- una mañana en Santiago,
Con heridas en su espalda,
Con una sonrisa ampliada,
Con la promesa subversiva en su mirada.

Mi viejo,
Cuando lo conocí yo tenia unos veintitantos,
Y fue una noche de invierno
En donde fumamos y conversamos,
Bajo la lluvia y el barro,
Mirando el horizonte,
Cuando nos hicimos compañeros de ideas.

Pabla

Caminas entre esperanzas y serenatas perdidas,
En algún que otro cosmo asegurando la alegría,
Como si tu ternura encendiera el firmamento
Alentado por cosmonautas que erraron el viaje,
Agudizando la palabra revolución en paso silencioso.

Te apareces entre acuarelas coloridas,
Cortando flores en un campo libre,
Entonando poemas que hablan de libertad,
Transformando el concepto en práctica.

Tu mano acaricia el pasar color carne de los árboles,
Y con justicia respirar el aire que tú escoges,
Un aire cargado de historia y luchas,
De lágrimas y de rebeldías,
Rescatando lo más puro de la humanidad,
Melancolía sobre lo próximo.

Tu mirada se renueva como las olas del mar,
Cada espacio de tiempo entre el ir y venir
Que absuelto por tu ternura,
Esa que estalla cuando me equivoco,
Esa que perdona lo necesario,
Esa que me abraza cuando la muerte me busca para beber.

Naciste para fortalecer la dignidad,
Pero darle sentido al azul del cielo,
Que pequeño me parece el universo frente a ti,
Justo cuando descansamos a un algún astro para fumar,
Para besarnos y regalarte mis ganas de vivir,
Mis renovadas ganas de despertar cada día.

Diego Navarro

A nosotros nos olvido el mar,
Nos hicieron desaparecer sin canciones,
Nos dibujaron en un borrador,
Nos fotografiaron en un rollo que nunca se reveló,
Y fuimos rechazados de la noche.

Nadie nunca se preocupó mucho de nosotros,
Nadie atinó a mirarnos antes del ocaso,
Y así aprendimos a vivir,
Comiendo rabias y frustraciones,
Inventando los himnos que bautizamos nadie,
Llenándonos de alcohol sin una razón clara.
Soy de una generación inconclusa
En donde los recuerdo se mezclan lágrimas.

Nacimos una noche de otoño al calor de un bostezo,
Crecimos en medio de la catástrofe
Y no nos dimos cuenta.

Somos de la generación que no reclamó,
De la que nunca quiso estar sola,
De la que no aprendió mucho,
De la que entendió, desde la soledad, el amor.

La muerte nos abrazó temprano,
Por suerte aprendimos a escupirla sin miedo.

Soy de la generación que vio nacer los adelantos
Pero nunca accedió a ellos.

En síntesis,
Soy de la generación que nadie se preocupó,
Y que una mañana se despertó sin infancia.

Inspiración.

Tu miraba rompe con la armonía de la rutina,
Destruye toda distracción sobre tu presencia,
Como si el infinito fuese demasiado corto para ti,
En un mundo colapsado de versos que no te describen.
Eres la paciencia de los hechos que emboca al viento
Y juntos de la mano nos sentamos a escuchar su melancólica serenata,
Estirando nuestros cuerpos a la orilla del mar.

Ese día te miré a los ojos y al fin pude practicar la calma.

Perdido en la inmensidad de tu piel
Trato de buscar la locura negada sobre mi carne
Llorando dos o tres veces al mes,
Coincidentemente las mismas veces que no estás,
Para silenciarnos al compás de los árboles,
Refugiado entre tu voz color La mayor
Que sólo me provoca secar mis lágrimas.

Te busco desprevenida para robarte la gracia de la vida,
Para hacerte estallar en una risa franca que todo lo permite.
No imagino este mundo sin los colores de tus labios
O el pequeño suspiro que acarrea tu caminar,
Desvelas a las estrellas cuando cierras los ojos,
Encandilas mi pequeña alma con tus pensamientos,
Y nos dormimos escuchando la noche, el día, la mañana,
Desvelados entre las ganas de volver a despertar.

Te escribo dos poemas en secreto en mi cabeza,
Preparé dos cafés al final del día,
Y nada pudo con lejanía de mujer libre que eres,
Como si después de todo, lo supieras,
¿Y cómo no?
Si el vuelo del tiempo no pasa por la calidez de tus manos,
Tampoco la infancia interrumpida de mi vida,
Eres la combinación de cielo azulado con violeta amarga,
De cigarrillo en la mañana con mariposas aterradoras,
De pelo ondulado y puño libertario,
De Estampida de colores en un árido desierto.

Cómo quisiera haberte conocido entre selvas irreconciliables
Y ser uno con la pálida caricatura de muerte que tanto me hace pensar.
Tú eres la vida que quiso vivir en libertad.

Muero cada martes y jueves,
Y me dedico a no-pensarte,
A crear mundos paralelos que requieren de razonamiento otoñal,
A viejas melodías que no aportan en tu largo viaje por completarte,
Después de todo, naciste para ser vivida,
En la alegría seca que no encontró su antítesis,
En el paso alejado de vicios calendarizados.
Aún así, quisiste escuchar mi corto recorrido por sobrevivir.

La alegría de la calma me la presentaste un día sin sol,
Con un tímido espacio de tu vientre,
Cuando colgaste dos flores azules en tu ventana,
Cuando te mudaste de todo y te echaste ha andar.
Ese día, te vi volar por la sombra,
Vestida de colores llamativos, fumando,
Con un pequeño libro en la mano y las uñas de colores,
Intentando rescatar unas moneas del fondo de tu bolsillo.
Te miraba desde la inmensidad y no quise detenerte,
¿Quién era yo para sacarte de un mundo tan noble?
Cerré los ojos y recité en silencio,
Pasaste entre medio de un campo de poesías verdes que sembré para ti,
Cortaste un par de metáforas y te las colgaste en el pelo,
Combinaban con tu silueta libertaria.

Prendí un último cigarrillo antes de decir te amo,
Antes de comprender lo real de lo hechos,
Antes de regalarte el espacio/tiempo de lo inexistente,
Sólo para caminar por la rutina de mi vida.
Para llegar a casa en busca de la luna,
Pero no estaba.
Nuevamente la tuve que imaginar,
De todos modos, daba igual,
El viento soplaba con calma para sonreír,
Lo oía sin prisa,
Alegre,
Esperando que tu mano se entrelazara con la mía.

En ese pequeño instante nada importó,
Había que rebelarse contra la noche
Y aprender de tu risa, Pabla de mi vida,
Que en un sólo un suspiro de tiempo llenaste la palabra amor de hechos,
Y se me hizo simple la vida sin ti.

He ahí la inspiración,
En la limpia fragancia de revolución que nace de sus poros,
En la impronta valiente por cambiar el orden del tiempo,
En la capacidad de ser feliz desde lo complejo,
En el cálido espacio que reservo para soñarte en silencio.

jueves, julio 08, 2010

Retraso de la alegría

A un buen amigo.


Todo cambio, no sólo yo. El colegio, las calles, las plazas, el vino, Santiago. Todo cambio de un momento a otro, y nunca nos dimos cuenta. Ya no queda ningún vestigio para decir “acá estuvimos y fuimos felices”.


Una sensación de nostalgia por la perdida nubló mi cabeza. Recorrí Santiago en busca de lo que fuimos, de lo que éramos y sólo encontré el destierro de la historia.


Si, todo cambio. Las tardes de Santiago se transformaron en el cementerio de nuestra infancia, de nuestra adolescencia y me clavó un certero golpe de pena que sólo pude responder con dos lágrimas por lo perdido. Nos negaron como si nosotros jamás hubiésemos existido. Nuestra felicidad corrompida ya no volverá.


Fujy, todo cambio. Por cierto, nunca tuve una foto tuya ¿Por qué? Da igual, yo aún te recuerdo y te extraño.


¿A dónde iremos a parar?

miércoles, diciembre 30, 2009

Retomando el Pulso.

Es algo así: tomar una hoja en blanco y comenzar a escribir un breve cuento con tinta roja o verde, y luego plasmar un punto final que –de hecho- no cierra la historia, sino abre el espacio para la incógnita, la duda, ese “quiero más”. Abre el espacio para la segunda parte, para la trilogía. Lo raro de esto es, precisamente, la falta de sentido que adquiere el punto final, como si dentro del propio cuento las ideas, en su totalidad, cupieran en un espacio reducido de la fantasía o –quizás- de la propia realidad.

Ese debate, ya olvidado por las nuevas generaciones, no es un problema, sino un espacio para la nostalgia, en donde Benedetti compartía un trago con un joven poeta que quiere correcciones de su borrador. Preferiblemente podemos decir, para no destruir la sorpresa de éste texto, que dentro de las muchas –y múltiples- formas de plasmar una idea en el papel es posible inferir que ninguna ha resuelto en si misma una confusa relación: lo real versus real lo. Extraña combinación de palabras, que cuando las das vueltas ambas terminando significando nada.

Si me preguntas te podría decir que necesito tres cosas: primero, saber dónde está el baño en éste café; segundo, terminar mi expreso y por último un teléfono para llamar a Pabla, y decirle que no estoy con ella ahora porque pierdo el tiempo en comprender el origen del fin, que no es lo mismo que el fin del origen, pero se escriben con las mismas palabras.

En fin, tú podrás saber más de estas cosas que yo. Yo, soy un simple aficionado a la escritura. Por ahora, tengo unas inmensas ganas de fumar, hacer el amor con Pabla, escuchar a Pabla y luego cerrar los ojos para acariciarla en silencio. Si eso no es poesía, entonces, definitivamente, el punto final tiene un sentido profundamente importante en la literatura, ya que encierra a las ideas y las hace perder su historicidad. He ahí el sentido de la revolución.

No te preocupes, yo invito. A la próxima, invitas tú, Julio.

Junto a Frida Kahlo

Crecí sabiendo que moriría en otoño,
Tapado de recuerdos comunes que convocan a la nostalgia,
Vestido de lo que soy, de lo que fui y de lo que seré,
En un mar de lágrimas que despiden mi carne, mis huesos, mi ateismo.
Posiblemente ocurra eso, lo cierto es que será en otoño,
Compartiendo mi muerte con las hojas de los árboles,
Volviendo a mi estado salvaje,
De incertidumbre y malestar,
De vasos vacíos y poemas sin completar,
De cigarrillos, libros, plazas y helados con Pabla.

Viento que sopla libertad.

lunes, octubre 20, 2008

Café dulce

Como siempre, para Pabla.

Mi hermano llegó recién de Argentina y trajo una bolsa de café amargo muy bueno, cuando quieras vas a la casa y nos tomamos un cafecito para conversar” replico César al momento de prender un cigarrillo en mitad de la calle. Lo quedé mirando fijamente a los ojos por varios segundos, con la frente apretada, con un cigarrillo apagado en mi boca, con el encendedor en mi mano, con la luz verde del semáforo palpitando, con un Santiago que dormitaba en plena noche.

Al cruzar la calle y botar la primera bocana de tabaco de mi boca pronuncie en voz baja: “Se te nota que nunca haz estado en Buenos Aires, el café allá no es amargo, sino más bien dulce”.

Un silencio extraño pasó entre nosotros, no hubo palabra alguna por varios segundos, sin embargo después de una cuadra César pronunció: “El café Argentino no es dulce, es amargo. Lo dulce depende de si le hechas azúcar o no a tú café”, concluyendo con una ligera sonrisa de soberbia por demostrar que diferenciaba un buen café.

Nunca supe el real por qué de mi respuesta, sólo atiné a decirle: “¿Sabes?, yo estuve éste verano en Buenos Aires y el café era dulce. No por la cantidad de Azúcar que le coloqué a mi taza de café, sino porque tenía a Pabla al frente mío, sonriéndome, mirándome a los ojos... llenándome de besos”.

Mi amigo sólo atinó a sonreír ligeramente, está vez no con soberbia, sino con ternura. “Lo que pasa – me decía César- es que confundes el gusto del café con el sabor del amor”. Luego de pronunciar sus palabras nuestro caminar apresurado y mediático se freno de lleno; volteé mi vista directo hacia sus ojos y pronuncie en voz baja: “El gusto de un buen café no pasa porque sea amargo o dulce, sino por el sabor que se le da al momento de tomárselo; Es algo así como la revolución, no pasa por un tema de gusto, sino por el sabor que se le da al momento de hacerla, además, no lo confundo, estoy seguro que el café se toma así, sino, no sería revolucionario

Mi amigo prefirió darme un abrazo, sonreír, despedirse y caminar para tomar el metro. Yo preferí caminar en sentido contrario e ir a una cafetería de la esquina para pedir un café cargado.

Dos sorbos de café, tres minutos de lágrimas y un cigarrillo fueron suficientes para extrañar lo suficiente a Buenos Aires y su café tan dulce...tan dulce para mí.

jueves, junio 26, 2008

Invierno

Santiago se resumía en melancolía, luces, noche, invierno, frío; no tuve opción, pegué la vista a la ventana del taxi mientras que la lluvia se azotaba violentamente contra el cristal. Comencé a llorar. El conductor del taxi me miró por el espejo retrovisor y pego sus ojos a los míos, preguntándome: “Oiga joven, ¿Tiene con qué pagarme?”. No quise responderle, no valía la pena, sin embargo hice el intento. “Si le sirve la pena, con gusto le pago amigo".

Ninguno de los dos pronuncio palabra alguna, la pena lo era todo.

Al cuarto vaso

Por hoy ya fue suficiente de alcohol,
no hay cuerpo que lo resista,
ni pena que no duela.

sábado, mayo 31, 2008

En resumen

Pena de bar,
Pena de lágrima,
De ausencia.

Pena calificada.
Pena amarga,
Pena de muerte,
Pena de mayo,
Pena de otoño,
Pena de cárcel,
Pena militante,
Pena restringida,
Pena sin permiso,
Pena de almohada,
Pena solitaria,
Pena lejana y cercana.

Pena de rabia,
Pena antifascista,
Pena silenciada,
Pena de ron,
Pena de fuego,
Sin brillo,
Pena sin metáfora,
Pena sin risas,
Pena lejos de Buenos Aires,
Pena estancada en Rayuela,
Pena en mi lado oscuro del corazón,
Pena oblicua,
Pena con pistachos de vainilla,
Pena sin tacos,
Pena de acordeón,
Pena sin caleidoscopios,
Pena sin boleros,
Pena organizada,
Pena concurrida,
Pena desganada.

Pena, tanta pena.

Pena con P de Pabla,
Pena con P de Piante.

martes, abril 15, 2008

¿Estás ahí?. Yo sigo acá


En memoria de Víctor “Fujy” Labarca, por los años de buena amistad.

Catalina en ese preciso momento cayó. Sus ojos demostraban una fatídica pena que aún no encontraba respuesta. Su actitud, su pelo, su piel, sus manos, todo era una mezcla de melancolía al momento de airear tú nombre, en mitad de una noche especial donde el ron, la cerveza, los cigarros, los globos, los feliz cumpleaños a Javiera eran el telón de fondo para sus recuerdos.

Hubo un silencio generalizado. El ruido de la fiesta cumpleañera suspendió un momento su hegemónico deambular para comprender quien fuiste tú, o más bien para nosotros.

Bajé la vista en dirección al suelo; tragué un sorbo de ron con hielo. Inevitablemente recordé cuando tenía nueve años y casualmente nos conocimos. Yo estaba sentado al final de la sala de clases, sacándole punta a mi lápiz grafito, justo en el momento que la profesora Gladys te presentaba al curso como alumno nuevo; “Saluden a Víctor Labarca”, decía la profesora mientras todos te seguíamos con la vista a tu banco, tus lentes, con tu ropa tan distinta a la mía, con tu timidez característica que nunca te abandono.

La nostalgia invadió mi mente, mi corazón. En ese momento intenté recordar tú cara pero no pude. Me esforcé, pero no hubo caso. Sólo recordaba nuestras andanzas en el colegio, en la calle, en conciertos, en fiestas, en peleas, en la línea del tren. Pero tú cara no aparecía por ningún lado.

El silencio murió, la gente comenzó ha hablar, a brindar, a cantar. Despegue la vista del suelo y con la mejor sonrisa de todas volví a la fiesta de Javiera, con la extraña sensación de haber vuelto a mi infancia.

No dije palabra alguna de lo sucedido, no era el momento.


Pasaron días de aquel retroceso a mi infancia, pero el sólo hecho de pensar que no podía recordar tú cara me sobrecogía. Busque en mis libros, cuadernos, agendas, croqueras algunos dibujos, alguna foto, alguna caricatura tuya que me diera una idea. Pero nada, no tengo ningún vestigio tuyo para ayudarme en mi recuerdo.

Algo desorientando salí a caminar, o más bien a pensar, airear mi cabeza. Dejé de contar las cuadras que llevaba recorridas justo en el momento en que necesite un cigarro. Miré hacia ambos lados en busca de algún local que me abasteciera. Cuando menos lo pensé estaba justo al frente de mí la melancólica botillería La internacional. Al ver aquella botillería -la cual los años nunca le pasaron encima- broto de mis labios una ligera sonrisa, además de una sed incontrolable. Forzosamente tuve que parar. Compré cigarros y una cerveza helada. Me pasé la reja del condominio donde siempre nos gustaba estar bebiendo; ningún guardia me descubrió.

Instintivamente me senté en el lugar de siempre, cerca de un árbol, con pasto a mi alrededor. Destapé la cerveza con el encendedor y comencé a beber, fumar, hablar solo, reír, hablar nuevamente solo, sonreír, guardar silencio, beber, fumar, beber, fumar. Silencio absoluto. Comencé a llorar. Era un llanto amargo, triste, solitario; el mismo que lloraste tú cuando nos volvimos a re-encontrar todos los amigos en el cumpleaños del care’ mono. Curiosamente fue la última vez que estuvimos todos juntos. Curiosamente, pero es la verdad. (¿Qué será de ellos?)

El paisaje, la noche, la cerveza, los cigarros, nada había cambiado. Salvo una cosa; ya no estábamos a mi lado, querido amigo, para reírnos de la vida, de la muerte, del futuro, del presente, de los lujos que nunca tuvimos, de tu incapacidad con la guitarra, de los múltiples apodos que teníamos, de cuando robamos en el quiosco del colegio una bebida y nos pillaron, de cuando hablábamos de fútbol, de política, de amor, de punk, de libros, de la fonda en tu casa, de pacos, de marchas, de todo, de nada.

Contigo siempre hubo razones para reír. Pero ahora no, no había razón alguna para reír. Sólo había espacio para mis lágrimas solitarias, en una noche sin estrellas, sin luna, sin nubes. No había razón alguna para nada. Me sentí tristemente solo, cruelmente solo, aisladamente solo, sin mi mejor amigo de la infancia, sin ese amigo que días antes me había invitado a un vino de buena marca en la peor plaza de su barrio. Ya no estaba mi amigo para reiterarme el viaje a Valparaíso que quedó pendiente.

Mi gran amigo no estaba acá para brindar, para reír. Nada valía tanto la pena en ese instante. Lloré por ti, por mí, por Catalina, por Soledad, por el Mono, por el Hocico e’ perro, por el Flaco, por el Teta, por tus padres. Por Macarena.

Especialmente lloré por nuestra infancia.


Volví a casa ebrio, con los rastro de lágrimas en mis ojos y mejillas, con dos cigarros en el bolsillo de mi chaqueta, con ganas de seguir llorando.

Me senté en el computador para escribirte una carta pero fui incapaz, no sabia por dónde empezar. Revise mi MSN, y vi que aún te tengo en mis contactos, justo en el grupo de Mis mejores amigos. Mi agenda aún guarda tu número telefónico. En mi cajita de recuerdos encontré una invitación para tú cumpleaños, esa que tenía a los Caballeros del Zodiaco como anfitriones del magno evento. Revise mis discos y habían cuatro que nunca te devolví. En mi libro de Química de 1º medio todavía estaba la dedicatoria para el profesor de historia.

No alcancé a presentarte a Javiera, tampoco a ir a tú fiesta de cumpleaños número veinte, tampoco a devolverte tus discos, tampoco ha ayudarte a pintar tu pieza. No alcancé a ir contigo a Valparaíso. Faltaron tantas cosas por hacer, que no vale la pena lamentarse.

Ahora toda da igual. Supongo que tendré que ir algún día a tu casa a dejar los discos que te debo, viajar a Valparaíso, pintar mi pieza, escribirte una carta para que vengas a mi cumpleaños, regalarte un curso de guitarra clásica, comentarte que la Universidad de Chile le ganó nuevamente a Colo-colo, gritarte que seguimos más dignos y rebeldes que antes. Comentarte sobre lo que es –ahora- mi vida, hablarte de Javiera, pagarte la ultima cerveza que nos tomamos en el Estorbar, caer preso en la línea, ver al Último que zierre en el Víctor Jara.

Tal vez decirte que te quise mucho, y que las ganas de reír contigo aún no se van, aunque siga –intrínsicamente- riéndome de ti para ocultar mis ganas de llorar-te.


¿Estás ahí? ¿Me oyes? ...yo sigo acá, esperando la victoria para celebrar, para ir a brindar contigo a la linda Internacional, como en los viejos tiempos.