jueves, noviembre 01, 2007

Celebrando que -ahora- vivimos

* A Tomás Cruz, para que algún día pueda vivir y cantar.

El silencio de la noche fue interrumpido por un grito desconsolado, desgarrador que hizo pensar por un segundo que alguien había muerto a las afuera del departamento de Tomás; el cual en ese preciso segundo despertó con el pecho apretado y la respiración cortada por aquel grito tétrico. Tomás, se restregó los dedos en los ojos para intentar despertar torpemente de su profundo sueño interrumpido. Estiro el brazo para encender la lámpara que había en su velador y se aproximo a la ventana para ver que ocurría en la calle. El reloj blanco con azul del muro marcaba las 3: 24 de la mañana, y Tomás solo diviso a lo lejos un vagabundo ebrio cantándole a la luna, con una botella de ron en la mano, interpretando las más conocidas rancheras Mejicanas. Tomás al ver tal espectáculo solo atino a sacar la cabeza por la ventana y gritar a viva voz “¡¡Vete a tú casa borracho, que hay gente decente que quiere dormir!!”. El ebrio con el mejor de los reproches no atino a decirle nada, solo a seguir cantando y gritar “¡Ahora Estoy vivo carajo!”.

La noche paso más larga de lo normal, en especial para Tomás que no pudo pegar un ojo por la culpa de aquel borracho que no hacia más que cantar y reír en voz alta.

Como era su costumbre, Tomás a las 7: 05 de la mañana ya estaba bañándose para ir a trabajar. Su ropa de marca, perfectamente planchada y limpia esperaba impaciente su estreno en sociedad, en especial aquella corbata roja que combinaba tan bien con el reloj de oro que siempre llevaba puesto Tomás para los días importantes, ya que hoy, el jefe de la empresa, Don Steve Jackson hablaría personalmente con Tomás, para felicitarlo por su buen desempeño en este año y por sus logros en la empresa.

7: 34 Am., Tomás se vestía y buscaba las llaves de su auto para irse a trabajar, la idea de él era llegar a lo menos diez minutos antes que todos en la oficina, pero ese día Tomás despertó agotado. El cantante de anoche no lo dejó dormir, el cansancio se hacia hegemonía en sus ojos y en sus bostezos sincrónicos.

A Don Steve Jackson ya se le asomaba su típica vena gruesa en la parte izquierda del cuello, al ver que Tomás no llegaba luego de haberlo esperado más de una hora. En la empresa, nadie comprendía la demora de Tomás el cual apareció sorpresivamente sudado y con ojeras abultadas en ambos ojos. “Perdón jefe, pero me quede dormido” fueron las palabras de Tomás al llegar a la oficina. “Me hizo perder más de una hora, señor” contesto enérgicamente Don Steve Jackson acomodándose la corbata con ambas manos. “Nunca me había ocurrido señor, me siento muy avergonzado” intentaba defenderse Tomás, pero le fue imposible frente al arrebato del Señor Jackson, el cual tomó su maletín café con negro y emprendió ruta hacia el ascensor con una sensación a desprecio por la impuntualidad. Su mirada lo decía todo.

La tarde comenzó a llegar en Santiago, y la pena de Tomás por haber perdido su oportunidad de ser felicitado por el dueño de la empresa lo mataba. Todos en la oficina lo miraban con ojos inquisidores, intentando maldecirlo en silencio por su irresponsabilidad. Ni una sola palabra de aliento recibió Tomás ese día.
Triste por todo lo ocurrido, Tomás quiso desviar sus pensamientos de los ojos de sus compañeros de trabajo. Una inquietud vino a su mente “¿Cómo era aquel vago de anoche?, pese a todo estaba bien vestido” se cuestiono en voz baja. Su gran preocupación, ya no era Don Steve Jackson, ya que solo tenia en mente una cosa; el recuerdo de aquella maldita ranchera que le había dejado en el inconciente aquel borracho que cantaba justo afuera de su casa. Tomás Intentó recordar más especifico el aspecto físico de aquel borracho, pero no pudo, solo recordaba la canción que aullaba aquel vago desde su ventana.

Al salir del trabajo, Tomás encendió el motor de su auto con algo de recelo, cansado, angustiado por lo que le dirían mañana en la oficina sus jefes, la secretaria del jefe, sus colegas, el portero de la empresa. Nada podía ser peor ese día. Condujo por Avda. Providencia a toda velocidad, tal vez quería llegar lo más rápido a su casa y llorar desconsoladamente, pero las luces rojas impedían su apuro hacia la lágrima fácil.
Al llegar a casa, Tomás le preguntó al portero que cuidaba el edificio “Don Manolo, ¿Usted escuchó anoche cantar a un borracho afuera del edificio?”, “No señor, ¿Por qué?” pregunto extrañado el portero del edificio. “Es que ayer estuvo un borracho cantando justo afuera de mi ventana y no me dejó dormir por sus gritos” contesto cansado Tomás. “Estaré más atento esta noche señor” replico el portero dejando el diario de lado.

Pasaron las horas y Tomás dormía placidamente al ritmo de la noche en su total extensión de estrellas cuando un grito ensordecedor remeció todo su departamento. “¡¡ ¿Qué pasó?!!” grito extrañado y sobresaltado Tomás. El borracho había vuelto de nuevo al mismo lugar, con la misma botella, con la misma canción. Su alarido poético le retumbaba en los oídos a Tomás que solo atinó a verlo por la ventana y gritar “¡¡Cállate hijo de puta!!” con un rostro de enfado terrible. Por su puesto, el borracho no hizo caso.

Al día siguiente, Tomás se presentaba a trabajar aun más cansado y con un rostro totalmente demacrado por el sueño. Su colega de trabajo, Felipe le pregunto “¿Qué pasa hombre?, te vez terrible” la nula respuesta de Tomás fue más reafirmante que cualquier otra contestación desvalorada. Tomás se sentó en su escritorio de trabajo y fue incapaz de tipiar palabra alguna en el computador, leer informes, ni mucho menos sonreírle al jefe. Su actitud había cambiado desde que el borracho le cantaba todas las noches afuera de su ventana.

Así pasaron muchas noches de las cuales Tomás no durmió ni una sola. Su desempeño en la oficina era casi una burla, no hacia absolutamente nada, ni escribir, ni leer, ni contestar llamadas, ni hablar con su jefe para programar su próxima reunión. Era tal el cansancio que Tomás no tenia energía ni para soñar en ser dueño de una gran empresa, como siempre quiso serlo. Lejano le parecieron todos sus sueños de juventud cuando mencionaba a viva voz en su casa materna “Ya me verán lleno de dólares en los bolsillos”, el pasado condenaba sus palabras en acciones sonámbulas. Tomás en ese momento lloró silenciosamente en su escritorio, cambiaba todo eso solo por una cosa, dormir.

A las 15: 45 de la tarde, Tomás se quedaba dormido en su escritorio y su jefe, Don Patricio se daba cuenta. “¡¡Tomás, ¿Cómo es eso de andar durmiendo en la oficina carajo, qué se cree?!!” grito efusivamente Don Patricio. Tomás se despertó de un salto y solo miro a los ojos a su jefe. “Tomás usted a cambiado mucho su actitud en la empresa, por ende e tomado una decisión. Ya no nos sirve, no le sirve a nadie en esas condiciones. Olvídese de su ascenso porque desde hoy usted está des-pe-di-do, ¿Me oyó?” El grito de Don Patricio se escucho incluso en el cuatro piso de la empresa. Tomás miro fijamente a Don Patricio y no hizo gesto alguno de reclamo o reproche, se sentó sutilmente en su silla y empezó a vaciar los cajones de su escritorio. En una pequeña caja de zapatos, Tomás guardaba todos sus sueños, su foto de recién graduado de la Universidad, su postal de Europa que tanto añoraba visitar para asentarse allá, su foto con Don Patricio abrazados como dos buenos “amigos”, y algunos papeles sin importancia.

Nadie en la oficina se despidió de él. Su paso cabizbajo era la despedida perfecta por los pasillos de la oficina. Tomás ni siquiera lloró, una sensación extraña reposaba en su pecho.

Al subir a su auto, Tomás se sintió más feliz, más tranquilo. Una extraña sonrisa brotaba de sus labios. “Estoy cesante” dijo Tomás en voz alta, tal vez para convencerse del hecho. Tomás encendió el auto y empezó a conducir en dirección a su departamento. Era extraño pero Tomás se había olvidado de cómo era la tarde en Santiago, ya que desde que trabajaba en la oficina, nunca tuvo tiempo para fijarse en el brillo del sol, ni de los árboles ni del cielo. Todo era la oficina y ahora que no está todo se volvía más sorprendente, más nuevo, más luminoso. Tomás volvía a redescubrir el camino a casa, sin pensar en su trabajo, en deudas, en dinero, en nada.

Llegada la noche, Tomás no tenia nada que hacer, ya había descansado lo suficiente en toda la tarde como para pensar en quedarse a ver televisión en su casa. Abrió la ventana de su departamento para refrescarse del inmenso calor que hacia en Santiago a esa hora de la noche. Tomás se dio cuenta que la noche brillaba más que nunca, era increíble volver a mirar la noche sin pensar en que mañana debía trabajar. Extrañamente, Tomás quiso compartir su felicidad con alguien, con alguna persona que comprendiera lo que él sentía, celebrar su libertad. Un sensación a soledad le embargo el corazón a Tomás, sin embargo recordó al borracho que siempre cantaba fuera de su departamento. Una idea paso por su cabeza “Celebrare con aquel vago que siempre canta afuera de mi casa” grito Tomás con euforia. Bajó de su departamento y compro la mejor botella de ron que había en la botillería, se sentó en un banco a esperar a su amigo, para cantar y celebrar solo por una noche.

Eran las 2: 00 de la madrugada y el vago no llegaba. Tomás se pregunto si vendría esta noche, la noche en donde más lo necesitaba. La espera termino cuando Tomás abrió la botella de ron y comenzó a beber solo, “A lo mejor el vago llegara después a la celebración” dijo Tomás con una leve sonrisa en sus labios.

Pasaron las horas y el vago no llegaba a cantar, pero a Tomás no le importo, ya que en ese preciso momento comenzó a cantar borracho en la mitad de la calle, con la camisa abierta y arremangada, sin corbata y con su chaqueta tirada en el suelo. Toda su ropa de marca que tanto cuidaba ya no valía ni un peso, solo tenia valor, para Tomás, las más conocidas rancheras mejicanas. De repente su canto alegre fue interrumpido por un grito inquisidor a lo lejos. “¡¡Cállate hijo de puta!!” sonó estrepitoso. Tomás Miro para todos lados para ver quien le había gritado. Observo un rostro de enfado terrible que lo miraba desde la ventana de su departamento. Por su puesto, Tomás no hizo caso. Alzo la botella y grito “¡¡Ahora estoy vivo carajo!!” dándole como punto final a su expresión la mejor de las sonrisas, esas que solo nacen en plena felicidad.