jueves, diciembre 30, 2010

A propósito del silencio

Y así estuvimos toda la noche. Hablando de algunos sueños, de la infancia, de la nostalgia que contrae la garganta, de política, de viajes. Nos besamos y nos acariciamos, fumamos y también bebimos cerveza tibia y sin gas. Sentimos el viento que entraba por la ventana y Febrero por fin se tiño de amor.


Lejos nos parecía el horror de la vida, de Santiago, de la rutina. Ese día fuimos los dos en un espacio reservado para cerrar los ojos y hablar de libros, entrelazar nuestros dedos, sentir su cabeza en mi hombro, volver a fumar en la oscuridad. Escuchar la noche antes de que mencionaras un te amo que terminó con un beso y un yo también, Pabla.

Para cerrar los ojos.

Mis heridas ya no arden,
Tampoco duelen mis huesos rotos,
Toda la violencia que vivimos,
Mis dos amigos muertos,
Ya no provocan lágrimas.

Todo el tiempo que partí,
Que me deterioré,
Las risas y penas,
El frío invierno,
El calor de la fogata en la línea,
La suciedad de nuestra ropa,
Los viajes improvisados en tren,
Mi antiguo desprecio a la vida,
Mi antiguo desprecio a la muerte,
Ya no producen dolor.

Todas las peleas,
Todos los gritos,
Los palos, el arte, el desamor.
Toda la sangre que broto
En la búsqueda de lo que éramos,
No se presentan en mi larga lista de errores.

Mi fracasado porvenir
Hoy ya no sangra pasado.

Agradezco cada miserable momento
En que busqué mi horizonte,
Ya que si no hubiese vivido eso
Hoy no tendría a Pabla entre mis brazos.

A favor del viento

Amargo color áspero que engrilla mi canto,

Mi deambular ligero por las venas de mi tierra,

Caminé entre la palabra y el bosquejo,

Reventé la paciencia del filosofó

Y me envolví de libertad.


Recorrí el llanto amargo mientras fumaba,

Observé el amor directo a los ojos

Entre las gotas de lluvia que caían por mi cara,

Negué la probabilidad del hecho

Y cargué de prácticas el camino largo de la historia,

La cual siempre desconoció las manos heridas.


Navegué por la tragedia

Con mi pequeño espacio dentro del universo,

Disparé estrellas al caer la tarde

Y descubrimos el silencio alegre de la rebeldía,

Aquel brindis a la salud de la esperanza

En aquella noche donde el socialismo encontró la ternura.


Me mantuve a favor del viento

En esta larga marcha de primaveras

Y conquisté la palabra americana.


Ese fue el grito del Che en la montaña,

La ráfaga de humanidad que inundo al continente pobre.

Empatía de Barrio.

De Pabla Javiera.


La muralla de atrás de tu edificio de cayó entera, me dijiste que como todos se habían ido a vivir a otro lado y sólo quedábamos nosotros y los del B, podíamos ir a conversar unas cervezas y unos cigarros al tercer piso, que con lo del terremoto “quedó con una vista tan bonita”.


Nos sentamos en el suelo, pies colgando, el atardecer, los escombros.

“¡Mira!, el loco del edificio de al frente nos está sacando fotos”, el hombre debía pensar que éramos los sobrevivientes de ese departamento, de repente saca una bandera y grita ¡VIVA CHILE! Nosotros le hicimos “SALUD”.

Isla Negra

A mi viejo.

Me parece que lo conocí en otoño,
Cuando volvía de vestirse de humanidad
Para jugar conmigo a que éramos libres,
En la patria de la infancia esculpida a mano,
En la fantasía inconclusa de mi vida.

Crecí respondiendo a la memoria,
Al fuego crudo que me vio nacer,
Con un “duerme negrito” para dormir,
Con una caricia en el pelo para despertar,
Con acuarela rebalsada en un vaso para besar a mi vieja
Antes de que fuera a trabajar de madrugada,
Antes de que el invierno la pillara.

Crecí un día en donde el grito de democracia nadie atinó a oír,
En donde el asma corrompía mis pulmones,
Al compás de dos hermanos que me colmaban de juegos,
De amor, de paciencia, de verdades,
Con una abuela sabia por tantos años de explotación,
En aquella silueta de abnegación que pedía la sonrisa de un ángel
Que se vistió de seda para no mirar hacia abajo,
La pequeña figura en donde el perdón no cabía.
Nunca le vi una lágrima.

Con mi viejo aprendí del mar,
Del bosque, de viajes…de la montaña,
Aprendí de orfebrería, de dibujos,
De libros, canciones, arte, filosofía.
Aprendí de mí, de él, de todo.
Azul perpetuo que navegó sobre su silueta nocturna,
Entre el barro y la niebla,
Entre su amor y su pasión,
Divina conciencia que nos guió hacia el ocaso del verano.

Recuerdo el silencio de la oscuridad en cada paso camino a casa,
Cuando me llevabas a caminar para reconocer sonidos, estrellas.
Cuando me preguntaste qué pensaba y me oíste con seriedad,
Fortaleza de justicia que nunca claudico en ti,
Cuando te vi llorar por amor,
Cuando me abrazaste con un adiós comprimido,
Cuando me hablaste del Che Guevara en la Isla Negra
De aquel guerrillero que peleaba por los niños,
Cuando conversamos de la soledad y la muerte.
Él fumaba, yo miraba los árboles.

Así lo conocí,
Con barba y pelo largo,
Con una deuda de empatía en su vida,
Como si el aire respetará cada paso,
Como si la poesía no pudiese reflejar un todo,
Como si la historia no supiese de primaveras.
Lo conocí –creo- una mañana en Santiago,
Con heridas en su espalda,
Con una sonrisa ampliada,
Con la promesa subversiva en su mirada.

Mi viejo,
Cuando lo conocí yo tenia unos veintitantos,
Y fue una noche de invierno
En donde fumamos y conversamos,
Bajo la lluvia y el barro,
Mirando el horizonte,
Cuando nos hicimos compañeros de ideas.

Pabla

Caminas entre esperanzas y serenatas perdidas,
En algún que otro cosmo asegurando la alegría,
Como si tu ternura encendiera el firmamento
Alentado por cosmonautas que erraron el viaje,
Agudizando la palabra revolución en paso silencioso.

Te apareces entre acuarelas coloridas,
Cortando flores en un campo libre,
Entonando poemas que hablan de libertad,
Transformando el concepto en práctica.

Tu mano acaricia el pasar color carne de los árboles,
Y con justicia respirar el aire que tú escoges,
Un aire cargado de historia y luchas,
De lágrimas y de rebeldías,
Rescatando lo más puro de la humanidad,
Melancolía sobre lo próximo.

Tu mirada se renueva como las olas del mar,
Cada espacio de tiempo entre el ir y venir
Que absuelto por tu ternura,
Esa que estalla cuando me equivoco,
Esa que perdona lo necesario,
Esa que me abraza cuando la muerte me busca para beber.

Naciste para fortalecer la dignidad,
Pero darle sentido al azul del cielo,
Que pequeño me parece el universo frente a ti,
Justo cuando descansamos a un algún astro para fumar,
Para besarnos y regalarte mis ganas de vivir,
Mis renovadas ganas de despertar cada día.

Diego Navarro

A nosotros nos olvido el mar,
Nos hicieron desaparecer sin canciones,
Nos dibujaron en un borrador,
Nos fotografiaron en un rollo que nunca se reveló,
Y fuimos rechazados de la noche.

Nadie nunca se preocupó mucho de nosotros,
Nadie atinó a mirarnos antes del ocaso,
Y así aprendimos a vivir,
Comiendo rabias y frustraciones,
Inventando los himnos que bautizamos nadie,
Llenándonos de alcohol sin una razón clara.
Soy de una generación inconclusa
En donde los recuerdo se mezclan lágrimas.

Nacimos una noche de otoño al calor de un bostezo,
Crecimos en medio de la catástrofe
Y no nos dimos cuenta.

Somos de la generación que no reclamó,
De la que nunca quiso estar sola,
De la que no aprendió mucho,
De la que entendió, desde la soledad, el amor.

La muerte nos abrazó temprano,
Por suerte aprendimos a escupirla sin miedo.

Soy de la generación que vio nacer los adelantos
Pero nunca accedió a ellos.

En síntesis,
Soy de la generación que nadie se preocupó,
Y que una mañana se despertó sin infancia.

Inspiración.

Tu miraba rompe con la armonía de la rutina,
Destruye toda distracción sobre tu presencia,
Como si el infinito fuese demasiado corto para ti,
En un mundo colapsado de versos que no te describen.
Eres la paciencia de los hechos que emboca al viento
Y juntos de la mano nos sentamos a escuchar su melancólica serenata,
Estirando nuestros cuerpos a la orilla del mar.

Ese día te miré a los ojos y al fin pude practicar la calma.

Perdido en la inmensidad de tu piel
Trato de buscar la locura negada sobre mi carne
Llorando dos o tres veces al mes,
Coincidentemente las mismas veces que no estás,
Para silenciarnos al compás de los árboles,
Refugiado entre tu voz color La mayor
Que sólo me provoca secar mis lágrimas.

Te busco desprevenida para robarte la gracia de la vida,
Para hacerte estallar en una risa franca que todo lo permite.
No imagino este mundo sin los colores de tus labios
O el pequeño suspiro que acarrea tu caminar,
Desvelas a las estrellas cuando cierras los ojos,
Encandilas mi pequeña alma con tus pensamientos,
Y nos dormimos escuchando la noche, el día, la mañana,
Desvelados entre las ganas de volver a despertar.

Te escribo dos poemas en secreto en mi cabeza,
Preparé dos cafés al final del día,
Y nada pudo con lejanía de mujer libre que eres,
Como si después de todo, lo supieras,
¿Y cómo no?
Si el vuelo del tiempo no pasa por la calidez de tus manos,
Tampoco la infancia interrumpida de mi vida,
Eres la combinación de cielo azulado con violeta amarga,
De cigarrillo en la mañana con mariposas aterradoras,
De pelo ondulado y puño libertario,
De Estampida de colores en un árido desierto.

Cómo quisiera haberte conocido entre selvas irreconciliables
Y ser uno con la pálida caricatura de muerte que tanto me hace pensar.
Tú eres la vida que quiso vivir en libertad.

Muero cada martes y jueves,
Y me dedico a no-pensarte,
A crear mundos paralelos que requieren de razonamiento otoñal,
A viejas melodías que no aportan en tu largo viaje por completarte,
Después de todo, naciste para ser vivida,
En la alegría seca que no encontró su antítesis,
En el paso alejado de vicios calendarizados.
Aún así, quisiste escuchar mi corto recorrido por sobrevivir.

La alegría de la calma me la presentaste un día sin sol,
Con un tímido espacio de tu vientre,
Cuando colgaste dos flores azules en tu ventana,
Cuando te mudaste de todo y te echaste ha andar.
Ese día, te vi volar por la sombra,
Vestida de colores llamativos, fumando,
Con un pequeño libro en la mano y las uñas de colores,
Intentando rescatar unas moneas del fondo de tu bolsillo.
Te miraba desde la inmensidad y no quise detenerte,
¿Quién era yo para sacarte de un mundo tan noble?
Cerré los ojos y recité en silencio,
Pasaste entre medio de un campo de poesías verdes que sembré para ti,
Cortaste un par de metáforas y te las colgaste en el pelo,
Combinaban con tu silueta libertaria.

Prendí un último cigarrillo antes de decir te amo,
Antes de comprender lo real de lo hechos,
Antes de regalarte el espacio/tiempo de lo inexistente,
Sólo para caminar por la rutina de mi vida.
Para llegar a casa en busca de la luna,
Pero no estaba.
Nuevamente la tuve que imaginar,
De todos modos, daba igual,
El viento soplaba con calma para sonreír,
Lo oía sin prisa,
Alegre,
Esperando que tu mano se entrelazara con la mía.

En ese pequeño instante nada importó,
Había que rebelarse contra la noche
Y aprender de tu risa, Pabla de mi vida,
Que en un sólo un suspiro de tiempo llenaste la palabra amor de hechos,
Y se me hizo simple la vida sin ti.

He ahí la inspiración,
En la limpia fragancia de revolución que nace de sus poros,
En la impronta valiente por cambiar el orden del tiempo,
En la capacidad de ser feliz desde lo complejo,
En el cálido espacio que reservo para soñarte en silencio.