Cerca de las 3 de la mañana, mientras fumaba un cigarrillo y leía a san Carlitos, sonó el teléfono; Era Pablo, mi viejo amigo de andazas que cargaba con una voz de pena terrible, me invito a tomarnos unas cuantas cervezas y conversar para actualizar las noticias sobre nuestras vidas. Cerca de las 7 de la tarde llegaba al bar de costumbre, me saco mi gorro verde y saludo a Pablo con un fraterno abrazo, mientras que él fumaba de una forma frenética, me di cuenta que en la mesa ya habían dos envases vacíos de cerveza, me senté a su lado, Pablo solo atino a tragar el trago más amargo de cerveza y levantar la mano para pedir dos más. Empecé por contarle sobre mi vida, la universidad, política, mi vida afectiva y todas esas cosas que uno hace cuando no ve a un amigo hace tanto tiempo. Al seguir con nuestra conversación, notaba que Pablo tenía unos ojos de pena terrible, un silencio invadió nuestras vidas, tome un sorbo grande de cerveza, prendí un cigarro y le pregunte “¿Qué pasa socio?”, Pablo me miró fijamente y sus ojos exclamaron un llanto con mayúscula pena y desesperación, incluso le costaba respirar, torpemente intentaba tapar su agónicos ojos que ya no resistían el peso flácidos de sus lagrimas. Apoyo sus brazos en la mesa, afirmando hábilmente el vaso semivacío de cerveza, lloraba de una forma terrible, incluso sentí algo de pena y dolor en sus lagrimas, que caían como diluvio en el bar.
Pablo al secarse sus lagrimas con la manga de su polera, se levantó y se metió la mano en el bolsillo de atrás del pantalón, saco su billetera y me mostró una fotografía, “¿Quién es?” Le pregunte con cara de extrañeza, “Mi mina poh huevon”. Pablo se volvió a sentar eso si, mirando la foto fijamente, mientras que yo servia dos vasos más de cerveza. “Piante, creo que estoy enamorado”, personalmente sabia lo que significaba eso, ya que Pablo era de esas personas que nunca se habían enamorado, es más, nunca lo había visto con una novia más de una semana. Al terminar esa frase, me reía de buena forma, le dije “¿Vo con mina y enamorao’?”, Pablo me miro y dijo “Puta la hueva, nadie me cree”.
La cerveza corría en nuestras gargantas, al igual que nuestro fiel amigo y asesino con perfume a nicotina que se encarga de hacernos sentir aun con vida. Marco Antonio Solís se hizo presente, al igual que las lágrimas de Pablo que volvían a desbordar pena. Yo lo quede mirando con cara de enfado, le dije “¿Hasta cuando rechucha llorai maricon?”, Pablo me miro y me pido disculpas (nunca entendí porque lo hizo). Luego de siete cervezas, Pablo levantaba la mano y me decía “¿Apañai con otra?”, el mesero llegaba con dos cervezas heladas sentenciando así mi respuesta. Pablo sirvió los vasos, hicimos el típico salud con la mano izquierda mirando a los ojos, tomamos un breve sorbo, Pablo deja el vaso en la mesa y me dijo “Piante, te voy a contar porque lloro tanto”, mientras prendía el último cigarrillo que nos quedaba.
Pablo suspiro fuertemente, miró hacia la mesa, puso un brazo en mi hombro y empezó ha hablar. “Piante, vo me conocí mejor que nadie. La dura que estoy enamorado. Cacha que le escribo poemas, la voy a ver, le regalo hueas y no me pesca ni en baja, o sea me dice te quiero y huea, pero no sé siento que no le intereso...Cacha que la otra vez, le dije puta que saliéramos pa’ estar juntos y la loca se fue con las amigas...lo peor de todo, es que las amigas le dicen que no le convengo y parece que la loca le compra a las amigas poh... ¿Que pensai vo?”. Tomé un breve sorbo de cerveza y le dije “Creo que tai’ puro hueviando”. Pablo se dio cuenta que había elegido a un pésimo amigo para aconsejarlo, mi honestidad le cayo como una patada en la guata. Le pregunte“¿Y por eso llorai tanto?”, Pablo permanecía en silencio, de alguna u otra manera se había dado cuenta que su problema no era tan grave, “No si sé que no es pa’ tanto, pero es que de verdad la quiero, la huea es que la loca no me pesca y eso me hace sufrir”. No sé si fue la cerveza o la melancolía de Marco Antonio Solís que seguía sonando que me hizo llorar un poco, es probable que penas acumuladas por mucho tiempo cayeran como juicio en mis pesados ojos. Pablo me miro y me dijo “Y vo, ¿Por qué llorai?”. Fue inevitable, una lágrima solitaria caía por mi mejilla, incluso la cerveza costaba que pasara por mi garganta "Ahora que lo pienso, a mi me pasa algo parecido, me gusta una mina y no le intereso...parece que todos los esfuerzo parecen ser tontos...A mi me gusta caleta, pero la loca nunca me pesca”, Pablo me miro y me dijo “¿Cómo se llama?”, “Pabla” conteste, acompañado de una triste sonrisa. El silencio fúnebre invadió nuestros corazones, al menos hasta que sonó el teléfono de Pablo, que sirvió para iluminar su cara con una sonrisa infinita “Piante hueon, me llamo esta loca...viene pa’ acá”. Luego de un rato, una silueta hizo pararse torpemente a Pablo de la mesa, se saludaron de un beso en la boca, yo solo atine a sonreírle. Alejandra se sento en nuestra mesa, tomo un sorbo de cerveza y evidencio nuestra condición de embriagues. Salí a comprar cigarros, como pretexto para dejarlos solos o quizás para acompañarme a mi mismo en esta soledad tan concurrida (me acorde de aquel poema de Benedetti). Al volver Pablo me abraza y me dice al oído ”Piante, estoy pololeando”, no recuerdo bien cuantas veces alzamos nuestros vasos plásticos para hacer un salud infaltable, aquella noche, reímos más de mil veces. Luego de dos horas y media, Pablo me dice “Ya huevon, nosotros nos vamos, ¿Tú Caminai?”, me decía Pablo mientras se iba incorporando, “No, yo me quedo acá... aparte quiero brindar porque murió Pinochet y aprovechar de pensar”. Un abrazo y un nos vemos pronto, sentenciaba el adiós de una tarde cargada de llantos y alegrías. Me quede abrazado a mi vaso plástico de cerveza, no paraba de pensar en todo lo que estaba pasando, Pablo recién había llorado por un amor no correspondido, que luego se transformo en un compromiso de sentimientos plasmados en besos y caricias. Me sentí alegre por Pablo, creo que en ese momento fue donde más extrañe a Pabla, y fue donde me sentí más solo que nunca.
Al termine el concho de cerveza que había dejado Pablo en la botella, trate de levantarme con algún hincapié. Me despedí del mesero al cual le regale tres cigarrillos y le deje saludos al “Fujy” (cuando lo viera). Camine con dificultad, no paraba de pensar en las lagrimas de Pablo, ni en la pena que tenia en el corazón, ¿Cómo era posible que Pablo me contagiara su pena?, honestamente me sentí como la mierda. Me senté en una banca solitaria de una plaza, prendí un cigarro y pensé en Pabla, en lo mucho que lo quería y en lo poco que me hacia caso; no quise llorar, pero ganas no me faltaron, finalmente creo que me quede dormido.
Vi el reloj, eran cerca de las 3 de la mañana, me paro de mi fiel banca y seguí mi camino melancólico a casa, que ganas de ver a Pabla y gritarle en la cara lo mucho que me gustaba, para demostrarle mis incansables ganas de quererla. Cruce la calle con algún grado de riesgo, solamente pensaba en lo feliz que debía estar Pablo, imagine escribirle ese día en un cuento, sentenciarlo con el mejor de los puntos finales, honestamente no pude, ya que el recuerdo de Pabla me clavaba la cabeza como martillo y me hacia tener una pena incierta en el corazón.
Pablo al secarse sus lagrimas con la manga de su polera, se levantó y se metió la mano en el bolsillo de atrás del pantalón, saco su billetera y me mostró una fotografía, “¿Quién es?” Le pregunte con cara de extrañeza, “Mi mina poh huevon”. Pablo se volvió a sentar eso si, mirando la foto fijamente, mientras que yo servia dos vasos más de cerveza. “Piante, creo que estoy enamorado”, personalmente sabia lo que significaba eso, ya que Pablo era de esas personas que nunca se habían enamorado, es más, nunca lo había visto con una novia más de una semana. Al terminar esa frase, me reía de buena forma, le dije “¿Vo con mina y enamorao’?”, Pablo me miro y dijo “Puta la hueva, nadie me cree”.
La cerveza corría en nuestras gargantas, al igual que nuestro fiel amigo y asesino con perfume a nicotina que se encarga de hacernos sentir aun con vida. Marco Antonio Solís se hizo presente, al igual que las lágrimas de Pablo que volvían a desbordar pena. Yo lo quede mirando con cara de enfado, le dije “¿Hasta cuando rechucha llorai maricon?”, Pablo me miro y me pido disculpas (nunca entendí porque lo hizo). Luego de siete cervezas, Pablo levantaba la mano y me decía “¿Apañai con otra?”, el mesero llegaba con dos cervezas heladas sentenciando así mi respuesta. Pablo sirvió los vasos, hicimos el típico salud con la mano izquierda mirando a los ojos, tomamos un breve sorbo, Pablo deja el vaso en la mesa y me dijo “Piante, te voy a contar porque lloro tanto”, mientras prendía el último cigarrillo que nos quedaba.
Pablo suspiro fuertemente, miró hacia la mesa, puso un brazo en mi hombro y empezó ha hablar. “Piante, vo me conocí mejor que nadie. La dura que estoy enamorado. Cacha que le escribo poemas, la voy a ver, le regalo hueas y no me pesca ni en baja, o sea me dice te quiero y huea, pero no sé siento que no le intereso...Cacha que la otra vez, le dije puta que saliéramos pa’ estar juntos y la loca se fue con las amigas...lo peor de todo, es que las amigas le dicen que no le convengo y parece que la loca le compra a las amigas poh... ¿Que pensai vo?”. Tomé un breve sorbo de cerveza y le dije “Creo que tai’ puro hueviando”. Pablo se dio cuenta que había elegido a un pésimo amigo para aconsejarlo, mi honestidad le cayo como una patada en la guata. Le pregunte“¿Y por eso llorai tanto?”, Pablo permanecía en silencio, de alguna u otra manera se había dado cuenta que su problema no era tan grave, “No si sé que no es pa’ tanto, pero es que de verdad la quiero, la huea es que la loca no me pesca y eso me hace sufrir”. No sé si fue la cerveza o la melancolía de Marco Antonio Solís que seguía sonando que me hizo llorar un poco, es probable que penas acumuladas por mucho tiempo cayeran como juicio en mis pesados ojos. Pablo me miro y me dijo “Y vo, ¿Por qué llorai?”. Fue inevitable, una lágrima solitaria caía por mi mejilla, incluso la cerveza costaba que pasara por mi garganta "Ahora que lo pienso, a mi me pasa algo parecido, me gusta una mina y no le intereso...parece que todos los esfuerzo parecen ser tontos...A mi me gusta caleta, pero la loca nunca me pesca”, Pablo me miro y me dijo “¿Cómo se llama?”, “Pabla” conteste, acompañado de una triste sonrisa. El silencio fúnebre invadió nuestros corazones, al menos hasta que sonó el teléfono de Pablo, que sirvió para iluminar su cara con una sonrisa infinita “Piante hueon, me llamo esta loca...viene pa’ acá”. Luego de un rato, una silueta hizo pararse torpemente a Pablo de la mesa, se saludaron de un beso en la boca, yo solo atine a sonreírle. Alejandra se sento en nuestra mesa, tomo un sorbo de cerveza y evidencio nuestra condición de embriagues. Salí a comprar cigarros, como pretexto para dejarlos solos o quizás para acompañarme a mi mismo en esta soledad tan concurrida (me acorde de aquel poema de Benedetti). Al volver Pablo me abraza y me dice al oído ”Piante, estoy pololeando”, no recuerdo bien cuantas veces alzamos nuestros vasos plásticos para hacer un salud infaltable, aquella noche, reímos más de mil veces. Luego de dos horas y media, Pablo me dice “Ya huevon, nosotros nos vamos, ¿Tú Caminai?”, me decía Pablo mientras se iba incorporando, “No, yo me quedo acá... aparte quiero brindar porque murió Pinochet y aprovechar de pensar”. Un abrazo y un nos vemos pronto, sentenciaba el adiós de una tarde cargada de llantos y alegrías. Me quede abrazado a mi vaso plástico de cerveza, no paraba de pensar en todo lo que estaba pasando, Pablo recién había llorado por un amor no correspondido, que luego se transformo en un compromiso de sentimientos plasmados en besos y caricias. Me sentí alegre por Pablo, creo que en ese momento fue donde más extrañe a Pabla, y fue donde me sentí más solo que nunca.
Al termine el concho de cerveza que había dejado Pablo en la botella, trate de levantarme con algún hincapié. Me despedí del mesero al cual le regale tres cigarrillos y le deje saludos al “Fujy” (cuando lo viera). Camine con dificultad, no paraba de pensar en las lagrimas de Pablo, ni en la pena que tenia en el corazón, ¿Cómo era posible que Pablo me contagiara su pena?, honestamente me sentí como la mierda. Me senté en una banca solitaria de una plaza, prendí un cigarro y pensé en Pabla, en lo mucho que lo quería y en lo poco que me hacia caso; no quise llorar, pero ganas no me faltaron, finalmente creo que me quede dormido.
Vi el reloj, eran cerca de las 3 de la mañana, me paro de mi fiel banca y seguí mi camino melancólico a casa, que ganas de ver a Pabla y gritarle en la cara lo mucho que me gustaba, para demostrarle mis incansables ganas de quererla. Cruce la calle con algún grado de riesgo, solamente pensaba en lo feliz que debía estar Pablo, imagine escribirle ese día en un cuento, sentenciarlo con el mejor de los puntos finales, honestamente no pude, ya que el recuerdo de Pabla me clavaba la cabeza como martillo y me hacia tener una pena incierta en el corazón.
*Este cuento fue escrito hace algun tiempo...Saludos a Pablo, ya que las cosas han cambiado un poco, eso si, para bien. Un abrazo, ojalá vernos pronto para actualizarnos de nosotros mismo, acompañados por unas cuantas cervezas.
* y a ti, te quieroooo muchisiiiiisisisimo ! =D