El iracundo grito de pena de Maria se escucho incluso en la casa de su vecino Antonio, el cual cerraba las ventanas de su casa porque se avecinaba una de esas lluvias que lo inundan todo. Maria no se pudo contener y estallo en llanto tétrico que articulaba el nudo apretado que nacía en su garganta al momento de tragar su pena mayúscula. Luís la miraba con un par de lagrimas en sus ojos y una tristeza expuesta en el alma. Tomó su mochila negra y se la coloco en la espalda, comenzó a caminar en silencio hacia la puerta. Maria lloraba aferrada a su almohada, la apretaba con todas sus fuerzas, en ocasiones golpeaba con el puño izquierdo el colchón de su cama, no paraba de llorar ni de gritar con su voz acoplada en el lecho de su almohada. Luís antes de salir la miro por última vez, saco un cigarro de su chaqueta y abrió la puerta. Sintió una extraña sensación de pena y frustración, los años, recuerdos y nostalgias se le avecinaron al mismo tiempo que cerraba la puerta, eso si, sin mirar hacia atrás.
Maria aun seguía tendida en la cama, desnuda y con los ojos rojos e hinchados de tanto llorar; no podía entender razones, ni siquiera podía hablar, su corazón se apretaba cada vez que miraba a la ventana y solamente encontraba el vacío en las gotas de lluvia que chocaban en el vidrio y finalizaban su viaje en la más espantosa de las muertes. Se incorporo secándose sus lagrimas, apoyo su cabeza en lo frío de su ventana, prendió un cigarro y miro hacia la puerta; pensó que en cualquier momento entraría Luís para pedirle perdón o tal vez para darle un beso en el más profundo silencio, al pensarlo su corazón se apretó y sus lagrimas volvieron a florecer en sus intensos ojos verdes.
Maria se volvió a secar los vestigios de lágrimas que aun aullaban en sus mejillas, se levanto y preparo un café. Coloco el disco de Fito que tanto le gustaba a Luís escuchar, se sentó en el suelo de su pieza mientras revolvía y soplaba el café para no quemarse. Sus lágrimas volvían a sus cansados ojos, caían ya por inercia y su pecho con cada melodía del disco se le apretaba aun más. Miro hacía la puerta buscando refugio a su tan triste pena, pero Luís no aparecía.
Pasaban las horas y la noche en totalidad iba muriendo progresivamente. En Santiago la lluvia inundaba casi por completo las avenidas y las luces de los faroles comenzaban a debilitarse. Las latas de los techos aledaños a la casa de Maria sonaban fuertemente, casi tan fuerte como los gritos de desesperación y rabia que se emancipaban de la garganta de Maria, que decidió por una noche llorar y gritar como nunca antes lo había hecho, dejar de pensar y vestirse de desesperación y pena.
El disco de Fito seguía replicando las melódicas más triste que se ha podido escuchar en una noche de lluvia torrencial, la luz tenue que entraba por la ventana de la habitación no era lo suficientemente buena para iluminar las lágrimas secas que habían corrían despavoridas por las mejillas de Maria aquella noche.
Como era de esperar el silencio llego, las lágrimas dejaron de caer sin motivo alguno, la cajetilla de cigarrillos se había acabado, el sonido cortante de la respiración de Maria se escuchaba triste en la soledad de su habitación, el café ya estaba helado y a medio tomar, la lluvia seguía con mayor intensidad, y la mano de Maria dejaba de estar apretada en la almohada. Los parpados de Maria cayeron, al igual que un infinito hilo de sangre que venia de sus brazos y abultaba el charco que había a su lado. En ese preciso segundo, Luís golpeaba la puerta de la casa de Maria para pedirle perdón o tal vez para besarla y abrazarla en silencio perpetuo, pero aquella mañana nadie respondió en la casa de Maria.
Maria aun seguía tendida en la cama, desnuda y con los ojos rojos e hinchados de tanto llorar; no podía entender razones, ni siquiera podía hablar, su corazón se apretaba cada vez que miraba a la ventana y solamente encontraba el vacío en las gotas de lluvia que chocaban en el vidrio y finalizaban su viaje en la más espantosa de las muertes. Se incorporo secándose sus lagrimas, apoyo su cabeza en lo frío de su ventana, prendió un cigarro y miro hacia la puerta; pensó que en cualquier momento entraría Luís para pedirle perdón o tal vez para darle un beso en el más profundo silencio, al pensarlo su corazón se apretó y sus lagrimas volvieron a florecer en sus intensos ojos verdes.
Maria se volvió a secar los vestigios de lágrimas que aun aullaban en sus mejillas, se levanto y preparo un café. Coloco el disco de Fito que tanto le gustaba a Luís escuchar, se sentó en el suelo de su pieza mientras revolvía y soplaba el café para no quemarse. Sus lágrimas volvían a sus cansados ojos, caían ya por inercia y su pecho con cada melodía del disco se le apretaba aun más. Miro hacía la puerta buscando refugio a su tan triste pena, pero Luís no aparecía.
Pasaban las horas y la noche en totalidad iba muriendo progresivamente. En Santiago la lluvia inundaba casi por completo las avenidas y las luces de los faroles comenzaban a debilitarse. Las latas de los techos aledaños a la casa de Maria sonaban fuertemente, casi tan fuerte como los gritos de desesperación y rabia que se emancipaban de la garganta de Maria, que decidió por una noche llorar y gritar como nunca antes lo había hecho, dejar de pensar y vestirse de desesperación y pena.
El disco de Fito seguía replicando las melódicas más triste que se ha podido escuchar en una noche de lluvia torrencial, la luz tenue que entraba por la ventana de la habitación no era lo suficientemente buena para iluminar las lágrimas secas que habían corrían despavoridas por las mejillas de Maria aquella noche.
Como era de esperar el silencio llego, las lágrimas dejaron de caer sin motivo alguno, la cajetilla de cigarrillos se había acabado, el sonido cortante de la respiración de Maria se escuchaba triste en la soledad de su habitación, el café ya estaba helado y a medio tomar, la lluvia seguía con mayor intensidad, y la mano de Maria dejaba de estar apretada en la almohada. Los parpados de Maria cayeron, al igual que un infinito hilo de sangre que venia de sus brazos y abultaba el charco que había a su lado. En ese preciso segundo, Luís golpeaba la puerta de la casa de Maria para pedirle perdón o tal vez para besarla y abrazarla en silencio perpetuo, pero aquella mañana nadie respondió en la casa de Maria.