domingo, diciembre 30, 2007

Un cigarrillo más

¿Te acuerdas de la lluvia?



Colgué el aricular del teléfono con una mezcla de nostalgia y melancolía. Realmente no sabía bien como reaccionar después de aquella llamada. Me quede largo rato mirando el teléfono, quizás, volviendo lentamente al mundo. Prendí un cigarrillo y mire la hora; el reloj sentenciaba las siete de la tarde, y yo, con justa razón, sentí una necesidad inmensa de tomarme un buen café con la soledad del día.

Sople y revolví al menos unas cuantas veces mi café antes de atreverme a tomar aquel sorbo amargo que me había quedado en la garganta al momento de colgar el teléfono. Observaba la oscuridad dominante en mi taza de café, la cual no tenía ni un rastro de azúcar.

En mi casa el silencio se transformaba lentamente en hegemonía. El puzzle del diario aun le faltaban dos palabras para ser completado, mi café ya no ahumeaba vapor como antes. Mi cigarrillo corriente se consumía lentamente entre mis dedos, y la música de Beethoven acompañaba el deambular desolado de luz solar que entraba por mi ventana. No comprendía nada, no sabia si era nostalgia o miedo lo que hacia quedarme estático en mi sillón.

Intente mirar para hacia otro lado, airear mis ideas; pensar en la voz de la persona que me había llamado, tan dulce, tan tierna, tan humana, tan...conocida. Pero no, no podía reconocer la voz que sentencio mi final del día.

El reloj marcaba torpemente mí tiempo de espera antes de la cita acordada por teléfono, su tic-tac era ensordecedoramente inclaudicable. No había justificación real para no asistir a la cita acordada, debía vestirme de recuerdos y al menos ver a la persona que tantas cosas me provoco con su voz tan calmada y conciliadora.

Me abroche el penúltimo botón de mi camisa blanca, busque las llaves y emprendí camino. La noche se hacia presente ante mis ojos, los cuales no descubrían más que la ruta más adecuada para llegar lo más pronto posible.

Algo cansado y desconcertado llegue al lugar pactado. Una banca desgastada por los años, un farol con dos bombillas que daban el aspecto a media noche, un pequeño árbol, y ni un testigo de mis actos. Estaba completamente solo en aquel lugar. Me crucé de piernas, prendí un cigarrillo con los fósforos que guardaba en el bolsillo izquierdo de mi pantalón. Boté el humo con todo el cuidado y respeto que merece. Los nervios era más que todas las estrellas que aquella noche, tan despejada y hermosa, se asomaban para acompañarme en mi soledad.

Puta madre” pronuncié sin decir una palabra. No tenía hora, pero sabía que ya era tarde. La inquietud era mi peor defecto. “¿Habrá sido una broma?”, me pregunte apretando las cejas. Lo sabia, pero sin embargo quise esperar; argumenté mi decisión tomando en cuenta que no podría volver a dormir nunca más tranquilo, que la duda seria el peor castigo para mis más estruendozos sueños.

Ya en mi sexto cigarro sentí el ruido inconfundible de pasos a lo lejos. Me levante impaciente, poco preparado para lo que vendría. Una mujer joven, hermosa y con una amplia sonrisa se abalanzo para darme un beso en la mejilla y excusarse por la demora. Quedé perplejo, fui incapaz de pronunciar palabra alguna.

- ¿No te acuerdas de mi?- pronuncio ella con esa voz cautivadora.
- Lo siento, pero no te reconozco- respondí aun con la misma cara de sorpresa.

La mujer me regalo una sonrisa tierna y se sentó en la banca. Saco un cigarrillo y me pidió fuego. Le pase mis fósforos con algo de cautela y me senté junto a ella.

- Dime, ¿Quién eres?- pregunte con mis ojos clavados en los de ella.
- Mejor dime, ¿Quién quieres que sea?- respondió botando el humo de su boca con toda tranquilidad

.No comprendía nada, todo era confuso y lejano. No quise responderle palabra alguna. Sólo la miraba para reconocerla, adivinar quien era aquella mujer. La examine detalladamente, lleva una falda corta que mostraba gran parte de sus piernas, una blusa verde y un pequeño bolso donde guardaba sus cigarrillos. Su pelo se alzaba con la inhóspita brisa que a veces se asomaba a saludarnos. Su piel, morena, intacta, frágil, me resultaba realmente familiar, pero en si, no me da daba ni una sola pista. Ella no pronunciaba ni una sola palabra, fumaba y botaba el humo mirando las estrellas.

La situación era enfermante, delirante; ¿Cómo era posible que esté con una mujer que apenas sé quién es?. Apagó su cigarro, botó lo último de humo que le quedaba en los pulmones y me miro.

- Dime, ¿Quién soy?- preguntó ella
- No lo sé. Por favor, ¿Paremos el juego y me dices quién eres?- respondí fríamente sin despegar un ojo de los suyos.
- Entonces por está noche seré sólo un recuerdo.

No intente buscarle la lógica a sus palabras, sólo la mire consternado.

- ¿Qué quieres de mi?- le pregunté ya algo asustado.
- Nada, absolutamente, nada- Respondió ella, con voz tranquilizante.
- Estás loca mujer- le dije parándome de la banca para irme.
- No espera- dijo ella apretándome la mano izquierda y llevándola hacia ella.
- No estoy loca. Lo que pasa es que estoy triste, tristemente sola- dijo casi en voz baja, mirando en dirección al suelo.

Sus palabras fueron un durísimo golpe en mi corazón, como si su dolor me lo hubiese transferido a mí en un segundo.

- Cuéntame, ¿Qué ocurre?- pregunte intrigado mientras apretaba su mano en señal de afecto
- Estoy sola. Ya ni mi recuerdo te acompaña- contesto ella, demostrando una pena terrible.

Se abalanzó hacia mi pecho. Por mero instinto humano acaricie su cabello, tal vez para consolarla. La sentí llorar en mi recuerdo. No quise preguntar nada, dejé que llorar hasta que más no pudiera. Cuando paró, se levanto y me sonrió. Yo la mire fijamente a los ojos.

- ¿Y tú, cómo estás?- pregunto ella intentando cambiar el tema.
- Estaba bien. Ahora ya no lo sé- respondí seriamente a su pregunta.
- ¿Quieres llorar?- pregunto preocupada.
- No, no hace falta- Replique rápidamente.

Seco los últimos rastros de lágrimas en sus mejillas, se tomó el pelo y miro hacia el frente. Torpemente quise ver lo que ella estaba observando. Estrellas, ella veía hacia las estrellas.

- Ya no recuerdo como te conocí, pero recuerdo muy bien como reías, como leías, como amabas, como llorabas. Sé que cuando te fuiste quedaste solo, muy solo. Sé que te alejaste sin miedo ni por miedo, sino por otros motivos- Dijo ella con su mirada pegada en las estrellas, amparada por la nostalgia.

Yo quede sorprendido. Ahora todo era más caótico que antes. (Que ganas de tomarme un café o un buen vaso de ron).

- ¿Todavía escribes?, ¿Lees a Cortázar, a Benedetti?, ¿Cómo va la revolución?, ¿Aun eres niño o abandonaste la idea de no morir en el intento?- menciono ella sin temor a nada.

En ese preciso momento supe quien era aquella hermosa mujer.

- ¿Te acuerdas de la lluvia, Emilia?, ¿Te es melancólico cada marzo, cada otoño?, ¿Te rendiste?- respondí para que no me respondiese.

El silencio era el mejor mediador para nuestra pugna emocional. Los latidos de mi corazón se emancipaban a nivel descomunales, yo diría que estuve al borde de una taquicardia severa.

Emilia, ¿Cómo poder olvidar?, o mejor dicho ¿Cómo la olvide?. Después de tantos años, de tantos sueños, luchas, besos, volvió. Estaba allí, a mi lado, nuevamente para mí. Era distinta, ya no tenia la misma apariencia de antes, ahora estaba más linda; la libertad nunca la dejo.

Una lluvia de nostalgias y recuerdos bombardeaban mi cabeza en un segundo. Recordé la casa de mis padres (¿Qué será de ellos?), mi barrio donde crecí, amigos que siempre e querido volver a ver, nuestro primeros besos con Emilia. (¿Dónde estuve todo este tiempo?)

Yo seguía pensando a medida que algunas recónditas lágrimas caían de mis ojos. La emoción era inexplicable.

- La lluvia, que linda fue. Eran las cinco de la tarde en otoño. Llovió y no nos importo, sólo había tiempo para nosotros- Interrumpió Emilia, con su mirada desviada.
- Si, fue hermoso. Al menos, estaban los árboles para cubrirnos- proseguí sus palabras.
- ¿Fue bonita aquella lluvia para ti?- pregunto ella.
- Claro, estábamos los dos solos. Solos en nuestro mundo. Nunca dejo de pensar en aquel día en el cual, por un segundo, llegue a ser totalmente feliz- Conteste con un leve suspiro de resignación.

Emilia seguía mirando las estrellas, tal vez porque a esa hora se veían más nítidas que nunca. La mire, le quise pedir un beso, pero fui incapaz de hacerlo, ¿Quién era yo para romper con la tradición de soledad que albergaba mi alma?. No quise preguntarle que era de su vida, su trabajo, su familia. Su soledad al momento de llorar era la mejor respuesta. Emilia seguía igual de libre, nunca pedía permiso para vivir.

- Emilia, ¿Dejaste de reír?- pregunte seriamente.
- Tal ves, ya no lo sé- Contesto ella, como si con esas palabras me diera las respuestas a todas sus penurias.
- ¿Me haces un favor?- pregunto ella.
- Claro, lo que tú quieras- conteste tiernamente.
- Quiero que me dediques un cuento. Aunque sea cortito.

Una respuesta afirmativa con la cabeza y una leve sonrisa, sentenciaban un si definitivo para metaforizar su alegría. De pronto ocurrió lo inevitable.

- Me tengo que ir, espero el cuento- dijo ella parándose de la banca.
- No, no te vallas, quédate un rato más- Suplique.
- No puedo, al menos hoy no puedo- Respondió ella con algo de tristeza.
- Al menos fumémonos un cigarrillo más- interrumpí sacando el cigarro de la cajetilla
- Dejémoslo ese cigarrillo como excusa para vernos otro día, ¿Vale?- contesto Emilia soltándose el pelo.

La vi marcharse con la libertad que siempre le caracterizo su forma de andar. Yo me quede sentando, pensando en su recuerdo.

Me quede sentado en la banca largo rato, pensando, fumando, recordando. De la nada sentí un ruido estruendozo que rompía con el silencio melancólico del lugar. No comprendía que era. Abrí los ojos y el teléfono sonaba molesto y lejano.

Desperté en mi cama desorientado. No comprendía lo que ocurría.

El teléfono seguía sonando pero no le prestaba atención. Me levante de la cama y vi la hora; el reloj marcaba las 10:30 de la mañana.

Fui a la cocina a prepararme un café. Mientras hervía el agua me pregunte, “¿Fue un sueño o realidad?”, nunca lo sabré.

El maldito teléfono sonó nuevamente; pensé ¿Será Emilia?. Velozmente fui a contestar.

- ¿Alo?- pregunte ansioso.

Nadie contesto.

Tomé la taza de café y me fui directamente al computador a escribir. Fue inevitable.

Al momento de terminar el cuento no sabia que titulo ponerle. Prendí el penúltimo cigarro de los que me quedaban. Dejé uno, tal vez como excusa para volver a ver Emilia soltándose el pelo y reapareciendo mis ganas de vivir.