El cigarrillo que sostenía en mi mano izquierda todavía seguía humeando un poco demostrando así su muerte casi planeada en mis resecos labios, en mis largos y delgados dedos. Calamaro por su parte cantaba con su precisa voz de pena una canción que me generaba en el alma aun más pena y acompañaba un par de lagrimas que huían a toda velocidad por mis mejillas, mi casa estaba vacía; no había ni un testigo que observara el derrumbe de emociones que apretaban mi pecho y no me dejaba respirar correctamente, la tarde era casi perfecta ya que no hacia ni calor ni frío, el sol se había ocultado entre las nubes para regalarme un espectáculo de sombras que formaban las flores que están en la mesa de centro, imaginaba miles de cosas, incluso creo haber visto un perro mirando a la carnicería con la lengua afuera, lamentablemente sopló un poco de viento que entró por la ventana y desarmo esa linda ilusión que me daban las sombras, en la calle los autos pasaban paulatinamente con calma anticipada, sin embargo no pasan desapercibidos para mis oídos, los niños jugaban en el pequeño patio que tienen para alegrarse y acribillarse a pelotazos y mi sillón de costumbre me esperaba tranquilo para que me sentara en él para reposar mis pupilas o tal vez para pensar en nada y calmar mi desconsolada tarde de penas junto a Calamaro.
Me senté en el sillón con algo de reparo, inquieto, fumando, pensando, observando las figuras que hacia el humo cuando lo expulsaba de mi boca en forma de argollas, de vez en cuando tarareaba la música que sonaba desde los parlantes de mi computador acompañado por el frenético movimiento de mi pie derecho que intentaba seguir el ritmo de la canción, mi vecina, la del tercer piso, volvía a tocar el piano y su marido el músico, la acompañaba con la guitarra mientras que mi otro vecino, el homosexual, se apoyaba en el marco de la ventana para fumar y saludarme a lo lejos con una simpática sonrisa, la cual respondí con un movimiento de mano un tanto desanimado. Fue extraño, pero en ese preciso momento sentí que el silencio de todo entraba por mis tímpanos, en ese momento pensé que el mundo se había detenido para verme sentado en el sillón de mi casa, para acompañarme con un cigarrillo, darme un abrazo o solamente para quedarse conmigo.
Me agarraba la cabeza, me despeinaba el pelo, suspiraba hondo, volvía a prender otro cigarrillo con los regazos de humanidad que le quedaban al anterior, bebía agua, tiraba las cenizas en una pequeña tapita roja de bebida, miraba las flores que habían en la mesa de centro, ya no les encontraba forma alguna a las sombras, me miraba las heridas de mi mano, intentaba volver a mover los dedos con mayor destreza, todo era un calvario, las penas caían como lluvia en primavera sobre mis hombros, inevitablemente me puse a pensar en todas las cosas que me han pasado en la vida, me remonte con mi memoria en un viaje hacia mi niñez, desde que jugaba solo en el patio de mi antigua casa en Pudahuel agarrando a pelotazos la muralla y esperando que alguien me prestara atención, desde mi primera pelea con otro niño (Creo que fue con care raja), cuando mi hermano me enseñaba todas las cosas que sé, recordaba el colegio en los días de sol tipo cinco de la tarde cuando tenia que esperar casi hora y media para encontrarme con a mí hermano e irnos a la casa pateando un lata de jurel, que por cierto una vez me llego en la cabeza. Inevitablemente una tímida sonrisa alumbro mi cara pero tan solo un par de segundos.
No se bien que pretendía al pensar y recordar tantas cosas, probablemente darme cuenta en que momento fue que empecé a crecer; se me vinieron a la mente tantos recuerdos, tantas alegrías, tantas penas, nombres de mujeres, amigos, heridas, las interminables colas del consultorio para ir a buscar la leche en polvo, no sé, un bombardeo de recuerdos acribillaron mi memoria.
Volví a pestañar ya que me ardían un poco los ojos, prendí un cigarrillo y apoye la espalda en mi cómodo sillón, quería volver a pensar en mi infancia pero no pude, un trance de mierda no me dejaba acordarme de mi vida, me frustre un poco, le di una piteada a mi cigarrillo, al sentir el humo pasaba y quemaba mi garganta pensé en Pabla, una calma extraña lleno mi ser de tranquilidad pero a la vez una necesidad de tenerla entre mis brazos nació de mi pecho, de mi alma, de mis labios, de todo. Bote con algo de angustia el humo de mi boca acompañado de un “Puta que la extraño”, pero era más bien un “Puta que la necesito”.
Me prepare un café en la cocina, por lo general siempre me han gustado dos cosas cuando estoy ahí, primero, ver el color del café al disolverse en el agua caliente para que luego revivan unas pequeñas burbujitas que salen a la superficie pidiendo auxilio o quizás para que le presten alguna atención, y segundo, me gusta estar en la cocina porque es un rincón tranquilo dentro de la totalidad de caos que existe, al menos en mi casa; ahí es donde me siento en el suelo, fumo y bebo café mirando la puerta con sus vidrios un tanto sucios pero que no opacan la luz radiante que entra a saludarme.
Revolvía mi café intentado no golpear la cuchara con los bordes de la taza, sople suavemente para no quemarme, finalmente me senté en el suelo para seguir pensando. “Pabla, que linda es la Pabla”, me decía a mi mismo con una sonrisa cómplice que brotaba de mis labios, intrínsicamente me acorde de nuestro primer beso tan cargado de esperas y challa, de cuando entrelacé mis dedos con los suyos y caminamos en la oscuridad de una calle, de las tantas alegrías que me regala, de cuando me invito a comer a su casa y me di cuenta que me encantaba, de una noche que estábamos tomando once con su mamá y ella salio al patio a ver a su perrito, yo la miraba hipnotizado desde mi asiento y no podía despegar mi mirada de sus gestos, de voz, de su carita, de su pelito, de todo, recuerdo que en ese momento pensé “Que afortunado seria si Pabla me acompañara a volar” ya que en ese tiempo Pabla me gustaba o más bien, me encantaba. Recordé cuando se ríe y sus ojitos se iluminan de una forma tan especial y tierna, de cuando reposa en mi pecho y ella sin saberlo recibe mis más honestazas emociones y sentimientos que combino para dárselas con un beso y una caricia en su pelito, de cuando fuimos al jardín Japonés y me besaba con tanto cariño que casi exploto de felicidad, de cuando la miraba a escondidas en la mitad de sus sueños y le prometía cuidarla y quererla, de cuando nos besamos sin vergüenzas, sin tiempos, ni espacios, ni nada, cuando estamos solo ella y yo. Recordé tantas cosas que casi no había espacio en mi mente para volver a llorar, solo estaba Pabla, para alegrar mi tarde, para darle un sabor más dulce a mi café, para que el aroma de mi fiel cigarrillo me acercara más a ella.
Mi café seguía caliente, cada sorbo que le daba ameritaba un soplido para enfriarlo, mi cigarrillo aun seguía estacionado en el cenicero y yo me sentí extrañamente feliz y tranquilo, al menos hasta que volvió a sonar el teléfono que no quise contestar, ya que esa tarde quise borrar mis penas, mis nostalgias, mis lagrimas y mis recuerdos para estar solo con Pabla, en el mundo perfecto que siempre le comento en mis poemas.
Me senté en el sillón con algo de reparo, inquieto, fumando, pensando, observando las figuras que hacia el humo cuando lo expulsaba de mi boca en forma de argollas, de vez en cuando tarareaba la música que sonaba desde los parlantes de mi computador acompañado por el frenético movimiento de mi pie derecho que intentaba seguir el ritmo de la canción, mi vecina, la del tercer piso, volvía a tocar el piano y su marido el músico, la acompañaba con la guitarra mientras que mi otro vecino, el homosexual, se apoyaba en el marco de la ventana para fumar y saludarme a lo lejos con una simpática sonrisa, la cual respondí con un movimiento de mano un tanto desanimado. Fue extraño, pero en ese preciso momento sentí que el silencio de todo entraba por mis tímpanos, en ese momento pensé que el mundo se había detenido para verme sentado en el sillón de mi casa, para acompañarme con un cigarrillo, darme un abrazo o solamente para quedarse conmigo.
Me agarraba la cabeza, me despeinaba el pelo, suspiraba hondo, volvía a prender otro cigarrillo con los regazos de humanidad que le quedaban al anterior, bebía agua, tiraba las cenizas en una pequeña tapita roja de bebida, miraba las flores que habían en la mesa de centro, ya no les encontraba forma alguna a las sombras, me miraba las heridas de mi mano, intentaba volver a mover los dedos con mayor destreza, todo era un calvario, las penas caían como lluvia en primavera sobre mis hombros, inevitablemente me puse a pensar en todas las cosas que me han pasado en la vida, me remonte con mi memoria en un viaje hacia mi niñez, desde que jugaba solo en el patio de mi antigua casa en Pudahuel agarrando a pelotazos la muralla y esperando que alguien me prestara atención, desde mi primera pelea con otro niño (Creo que fue con care raja), cuando mi hermano me enseñaba todas las cosas que sé, recordaba el colegio en los días de sol tipo cinco de la tarde cuando tenia que esperar casi hora y media para encontrarme con a mí hermano e irnos a la casa pateando un lata de jurel, que por cierto una vez me llego en la cabeza. Inevitablemente una tímida sonrisa alumbro mi cara pero tan solo un par de segundos.
No se bien que pretendía al pensar y recordar tantas cosas, probablemente darme cuenta en que momento fue que empecé a crecer; se me vinieron a la mente tantos recuerdos, tantas alegrías, tantas penas, nombres de mujeres, amigos, heridas, las interminables colas del consultorio para ir a buscar la leche en polvo, no sé, un bombardeo de recuerdos acribillaron mi memoria.
Volví a pestañar ya que me ardían un poco los ojos, prendí un cigarrillo y apoye la espalda en mi cómodo sillón, quería volver a pensar en mi infancia pero no pude, un trance de mierda no me dejaba acordarme de mi vida, me frustre un poco, le di una piteada a mi cigarrillo, al sentir el humo pasaba y quemaba mi garganta pensé en Pabla, una calma extraña lleno mi ser de tranquilidad pero a la vez una necesidad de tenerla entre mis brazos nació de mi pecho, de mi alma, de mis labios, de todo. Bote con algo de angustia el humo de mi boca acompañado de un “Puta que la extraño”, pero era más bien un “Puta que la necesito”.
Me prepare un café en la cocina, por lo general siempre me han gustado dos cosas cuando estoy ahí, primero, ver el color del café al disolverse en el agua caliente para que luego revivan unas pequeñas burbujitas que salen a la superficie pidiendo auxilio o quizás para que le presten alguna atención, y segundo, me gusta estar en la cocina porque es un rincón tranquilo dentro de la totalidad de caos que existe, al menos en mi casa; ahí es donde me siento en el suelo, fumo y bebo café mirando la puerta con sus vidrios un tanto sucios pero que no opacan la luz radiante que entra a saludarme.
Revolvía mi café intentado no golpear la cuchara con los bordes de la taza, sople suavemente para no quemarme, finalmente me senté en el suelo para seguir pensando. “Pabla, que linda es la Pabla”, me decía a mi mismo con una sonrisa cómplice que brotaba de mis labios, intrínsicamente me acorde de nuestro primer beso tan cargado de esperas y challa, de cuando entrelacé mis dedos con los suyos y caminamos en la oscuridad de una calle, de las tantas alegrías que me regala, de cuando me invito a comer a su casa y me di cuenta que me encantaba, de una noche que estábamos tomando once con su mamá y ella salio al patio a ver a su perrito, yo la miraba hipnotizado desde mi asiento y no podía despegar mi mirada de sus gestos, de voz, de su carita, de su pelito, de todo, recuerdo que en ese momento pensé “Que afortunado seria si Pabla me acompañara a volar” ya que en ese tiempo Pabla me gustaba o más bien, me encantaba. Recordé cuando se ríe y sus ojitos se iluminan de una forma tan especial y tierna, de cuando reposa en mi pecho y ella sin saberlo recibe mis más honestazas emociones y sentimientos que combino para dárselas con un beso y una caricia en su pelito, de cuando fuimos al jardín Japonés y me besaba con tanto cariño que casi exploto de felicidad, de cuando la miraba a escondidas en la mitad de sus sueños y le prometía cuidarla y quererla, de cuando nos besamos sin vergüenzas, sin tiempos, ni espacios, ni nada, cuando estamos solo ella y yo. Recordé tantas cosas que casi no había espacio en mi mente para volver a llorar, solo estaba Pabla, para alegrar mi tarde, para darle un sabor más dulce a mi café, para que el aroma de mi fiel cigarrillo me acercara más a ella.
Mi café seguía caliente, cada sorbo que le daba ameritaba un soplido para enfriarlo, mi cigarrillo aun seguía estacionado en el cenicero y yo me sentí extrañamente feliz y tranquilo, al menos hasta que volvió a sonar el teléfono que no quise contestar, ya que esa tarde quise borrar mis penas, mis nostalgias, mis lagrimas y mis recuerdos para estar solo con Pabla, en el mundo perfecto que siempre le comento en mis poemas.
* Para la cabra pesá más linda de este mundo.