El sol entraba por la ventana, despacio, amarillo, con algo de abulia en sus rayos que proporciona un calor de mierda y una luz muy especial que iluminaban los ojitos de aquella mujer que me miraban tiernamente mientras me preparaba para almorzar. Recuerdo que mientras Revolvía los tallarines con salsa blanca, un pequeño perrito intrépido, mordía mis pies para luego acostarse a dormir y descansar de su rutinaria y joven vida. Comí rápidamente, tenía un hambre acumulado de hace ya dos días de largas noches sin dormir, sin embargo ese no fue motivo para darle las explicaciones del por qué vivía y me negaba a caer en vidas pasajeras plasmadas de rutinas. Al terminar de almorzar, fúmanos y escuchamos música, al compás delirantes de nuestras conversaciones de vidas pasadas, de sueños, de juergas y cuantas cosas más, mientras se limpiaba el rojo a frutilla que tenia impregnado en sus dedos; realmente ni el sueño, ni el calor, ni la presión del trabajo para mañana de geografía me hacían despegarme de ella, de sus ojitos redondos y amables, de su sonrisa tan llena de emociones vivas y latentes que me hacían perderme en los sueños más irreales de las tardes de diciembre, en las cuales nunca estuve tan fuera de este mundo. Como ya es mi costumbre, nunca me podía quedar quieto en un solo lugar, me paraba, me volvía a sentar, fumaba, caminaba y hacia las típicos movimientos que la gente me dice que pare de hacer.
Recuerdo que ella tomo una bolsa de nostalgias, me mostró su historia descrita en pequeños papeles de colores, con promesas lanzadas al aire, le sonreí el hecho de que las guardara por tanto tiempo, le conté que yo nunca guardaba cosas, quizás las más importantes, como medida irremediable para recordar que alguna vez hubo gente que me aprecio sin necesidad de la amabilidad hipócrita.
La tarde pasaba lentamente, mientras por la ventana, se podía observar a los árboles moverse con el viento de primavera; realmente tuve una extraña sensación de tranquilidad, me olvide por un momento de todo, pare el mundo solo para que estar un segundo con aquella mujer, que observaba a sus primas como jugaban con el perrito, que había despertado recién por la inminente irrupción de la niñez.
La vi caminar, desplazándose hacia mi, en ese momento pensé “Puta que es linda esta mina”, fue justo ahí, cuando me termine de convencer que me gustaba, pero que gustaba todo de ella, que la quería enserio. El corazón se me apretó al pecho, mis ojos no parpadeaban, quizás como un esfuerzo para no perderme un segundo de ella, sonreí de felicidad, no podía creer que estuviera a mi lado, una mujer que me diera tales sensaciones en tan poco tiempo, en un espacio tan reducido, en una tarde tan tranquila como aquella, en la que volví a reencontrarme con la parte de mi, que aun no conozco.
El jugo nos parecía eterno, Julieta Venegas sonaba por tercera vez, un silencio profundo entró por la ventana, pero no acallo las ganas de mostrarme su mundo, por lo mismo, la miraba con ojos de aprendiz, dispuesto a entender su vida, para concretar la formula precisa para combinar nuestros colores de vida en uno solo.
Cuando el sol decidió acostarse, prendí un cigarro y coloque a Edith Piaf, para acordarme de aquel sueño que tuve, ella con paso ligero llego a sentar a mi lado con una foto de alguna navidad pasada en sus manos. El suelo funciono como el mejor de los sofás. Me hablaba de todo, menos de lo que sentía, en ese momento no la pude juzgar, solo atine a mirarla y oírla, quizás como terapia para mi irremediable vida tan llena de emociones de aquel momento, en que pensé, en que no quería que aquella tarde muriera nunca, me daba miedo incluso ver el reloj y darme cuenta que el sueño de un día debía terminar.
Tuve que sentenciar la tarde tomando mi gorro y mi mochila, emprendimos camino al paradero de la micro, fue en ese momento que la quise besar como nadie la ha besado y decirle al oído ese te quiero eterno que espera en la fila de los impacientes, tomar su mano y no soltarla jamás, recitarle los muchos poemas que llevan su nombre como punto final, o simplemente invitarla a viajar y soñar en el mundo que le pinto todos los días en la que la pienso. Un simple beso en la mejilla daba por concluida una tarde especial e inolvidable con ella. Santiago lo sentí tan vació cuando ya estaba en la micro, con la soledad de copiloto, sacando el librito rojo de mi mochila, el cual no pude entender, porque solo tenia en la cabeza, su carita y su risa tan llena de humanidad, que me hacia sonreír solo en mi largo camino a casa, en donde fue inevitable no dormir pensando en ella.
* ¿Cuando se repite? ... Gracias por el almuerzo !
Recuerdo que ella tomo una bolsa de nostalgias, me mostró su historia descrita en pequeños papeles de colores, con promesas lanzadas al aire, le sonreí el hecho de que las guardara por tanto tiempo, le conté que yo nunca guardaba cosas, quizás las más importantes, como medida irremediable para recordar que alguna vez hubo gente que me aprecio sin necesidad de la amabilidad hipócrita.
La tarde pasaba lentamente, mientras por la ventana, se podía observar a los árboles moverse con el viento de primavera; realmente tuve una extraña sensación de tranquilidad, me olvide por un momento de todo, pare el mundo solo para que estar un segundo con aquella mujer, que observaba a sus primas como jugaban con el perrito, que había despertado recién por la inminente irrupción de la niñez.
La vi caminar, desplazándose hacia mi, en ese momento pensé “Puta que es linda esta mina”, fue justo ahí, cuando me termine de convencer que me gustaba, pero que gustaba todo de ella, que la quería enserio. El corazón se me apretó al pecho, mis ojos no parpadeaban, quizás como un esfuerzo para no perderme un segundo de ella, sonreí de felicidad, no podía creer que estuviera a mi lado, una mujer que me diera tales sensaciones en tan poco tiempo, en un espacio tan reducido, en una tarde tan tranquila como aquella, en la que volví a reencontrarme con la parte de mi, que aun no conozco.
El jugo nos parecía eterno, Julieta Venegas sonaba por tercera vez, un silencio profundo entró por la ventana, pero no acallo las ganas de mostrarme su mundo, por lo mismo, la miraba con ojos de aprendiz, dispuesto a entender su vida, para concretar la formula precisa para combinar nuestros colores de vida en uno solo.
Cuando el sol decidió acostarse, prendí un cigarro y coloque a Edith Piaf, para acordarme de aquel sueño que tuve, ella con paso ligero llego a sentar a mi lado con una foto de alguna navidad pasada en sus manos. El suelo funciono como el mejor de los sofás. Me hablaba de todo, menos de lo que sentía, en ese momento no la pude juzgar, solo atine a mirarla y oírla, quizás como terapia para mi irremediable vida tan llena de emociones de aquel momento, en que pensé, en que no quería que aquella tarde muriera nunca, me daba miedo incluso ver el reloj y darme cuenta que el sueño de un día debía terminar.
Tuve que sentenciar la tarde tomando mi gorro y mi mochila, emprendimos camino al paradero de la micro, fue en ese momento que la quise besar como nadie la ha besado y decirle al oído ese te quiero eterno que espera en la fila de los impacientes, tomar su mano y no soltarla jamás, recitarle los muchos poemas que llevan su nombre como punto final, o simplemente invitarla a viajar y soñar en el mundo que le pinto todos los días en la que la pienso. Un simple beso en la mejilla daba por concluida una tarde especial e inolvidable con ella. Santiago lo sentí tan vació cuando ya estaba en la micro, con la soledad de copiloto, sacando el librito rojo de mi mochila, el cual no pude entender, porque solo tenia en la cabeza, su carita y su risa tan llena de humanidad, que me hacia sonreír solo en mi largo camino a casa, en donde fue inevitable no dormir pensando en ella.
* ¿Cuando se repite? ... Gracias por el almuerzo !
2 comentarios:
Cuando quieras u.u
(y claro, cuando no haya irrupción de enanitas que pintan con lápices pastel y el perrito hincha hueas se haya comido, por mera coincidencia, cierta dosis de sedante perruno).
:)
dónde te metiste?, dónde te metiste!
te echo de menos :$
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