lunes, octubre 20, 2008

Café dulce

Como siempre, para Pabla.

Mi hermano llegó recién de Argentina y trajo una bolsa de café amargo muy bueno, cuando quieras vas a la casa y nos tomamos un cafecito para conversar” replico César al momento de prender un cigarrillo en mitad de la calle. Lo quedé mirando fijamente a los ojos por varios segundos, con la frente apretada, con un cigarrillo apagado en mi boca, con el encendedor en mi mano, con la luz verde del semáforo palpitando, con un Santiago que dormitaba en plena noche.

Al cruzar la calle y botar la primera bocana de tabaco de mi boca pronuncie en voz baja: “Se te nota que nunca haz estado en Buenos Aires, el café allá no es amargo, sino más bien dulce”.

Un silencio extraño pasó entre nosotros, no hubo palabra alguna por varios segundos, sin embargo después de una cuadra César pronunció: “El café Argentino no es dulce, es amargo. Lo dulce depende de si le hechas azúcar o no a tú café”, concluyendo con una ligera sonrisa de soberbia por demostrar que diferenciaba un buen café.

Nunca supe el real por qué de mi respuesta, sólo atiné a decirle: “¿Sabes?, yo estuve éste verano en Buenos Aires y el café era dulce. No por la cantidad de Azúcar que le coloqué a mi taza de café, sino porque tenía a Pabla al frente mío, sonriéndome, mirándome a los ojos... llenándome de besos”.

Mi amigo sólo atinó a sonreír ligeramente, está vez no con soberbia, sino con ternura. “Lo que pasa – me decía César- es que confundes el gusto del café con el sabor del amor”. Luego de pronunciar sus palabras nuestro caminar apresurado y mediático se freno de lleno; volteé mi vista directo hacia sus ojos y pronuncie en voz baja: “El gusto de un buen café no pasa porque sea amargo o dulce, sino por el sabor que se le da al momento de tomárselo; Es algo así como la revolución, no pasa por un tema de gusto, sino por el sabor que se le da al momento de hacerla, además, no lo confundo, estoy seguro que el café se toma así, sino, no sería revolucionario

Mi amigo prefirió darme un abrazo, sonreír, despedirse y caminar para tomar el metro. Yo preferí caminar en sentido contrario e ir a una cafetería de la esquina para pedir un café cargado.

Dos sorbos de café, tres minutos de lágrimas y un cigarrillo fueron suficientes para extrañar lo suficiente a Buenos Aires y su café tan dulce...tan dulce para mí.

1 comentario:

pablacuarela. dijo...

El café en Argentina, en Buenos Aires, siempre era mejor a la hora del desayuno, antes de salir a pasear. Y en Chile, el café siempre era mejor cuando lo tomábamos en El Sindicato...

Que bueno que sigas escribiendo, yo pensé que ya no escribías más, me alegra que al final no sea así.

Un abrazo grande... y gracias, supongo :)

PD: PLOMO !! (jejeje)