jueves, diciembre 30, 2010

Isla Negra

A mi viejo.

Me parece que lo conocí en otoño,
Cuando volvía de vestirse de humanidad
Para jugar conmigo a que éramos libres,
En la patria de la infancia esculpida a mano,
En la fantasía inconclusa de mi vida.

Crecí respondiendo a la memoria,
Al fuego crudo que me vio nacer,
Con un “duerme negrito” para dormir,
Con una caricia en el pelo para despertar,
Con acuarela rebalsada en un vaso para besar a mi vieja
Antes de que fuera a trabajar de madrugada,
Antes de que el invierno la pillara.

Crecí un día en donde el grito de democracia nadie atinó a oír,
En donde el asma corrompía mis pulmones,
Al compás de dos hermanos que me colmaban de juegos,
De amor, de paciencia, de verdades,
Con una abuela sabia por tantos años de explotación,
En aquella silueta de abnegación que pedía la sonrisa de un ángel
Que se vistió de seda para no mirar hacia abajo,
La pequeña figura en donde el perdón no cabía.
Nunca le vi una lágrima.

Con mi viejo aprendí del mar,
Del bosque, de viajes…de la montaña,
Aprendí de orfebrería, de dibujos,
De libros, canciones, arte, filosofía.
Aprendí de mí, de él, de todo.
Azul perpetuo que navegó sobre su silueta nocturna,
Entre el barro y la niebla,
Entre su amor y su pasión,
Divina conciencia que nos guió hacia el ocaso del verano.

Recuerdo el silencio de la oscuridad en cada paso camino a casa,
Cuando me llevabas a caminar para reconocer sonidos, estrellas.
Cuando me preguntaste qué pensaba y me oíste con seriedad,
Fortaleza de justicia que nunca claudico en ti,
Cuando te vi llorar por amor,
Cuando me abrazaste con un adiós comprimido,
Cuando me hablaste del Che Guevara en la Isla Negra
De aquel guerrillero que peleaba por los niños,
Cuando conversamos de la soledad y la muerte.
Él fumaba, yo miraba los árboles.

Así lo conocí,
Con barba y pelo largo,
Con una deuda de empatía en su vida,
Como si el aire respetará cada paso,
Como si la poesía no pudiese reflejar un todo,
Como si la historia no supiese de primaveras.
Lo conocí –creo- una mañana en Santiago,
Con heridas en su espalda,
Con una sonrisa ampliada,
Con la promesa subversiva en su mirada.

Mi viejo,
Cuando lo conocí yo tenia unos veintitantos,
Y fue una noche de invierno
En donde fumamos y conversamos,
Bajo la lluvia y el barro,
Mirando el horizonte,
Cuando nos hicimos compañeros de ideas.

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